¡Que nadie se asuste! No ha ocurrido ninguna
tragedia sino todo lo contrario: una hermosa y fraternal fiesta para revivir y
disfrutar la tradición de antaño: la matanza del cerdo.
El
día amaneció gris y dubitativo con algunos nubarrones amenazantes cuando se
encendieron las hogueras en la pista deportiva al lado del ayuntamiento y, por
momentos, el ambiente parecía atascado en los años sesenta. Las voluntarias del
pueblo se vistieron para la ocasión con las ropas de antaño.
Como consecuencia
del éxito del año anterior, el consistorio compró dos cerdos (que mal suena) que se chamuscaron
ante la mirada curiosa de la concurrencia. Los matarifes, cuchillo en mano,
fueron deshuesando en sendos tajos los marranos. En un puesto cubierto por
un parasol, las mujeres sirvieron chupitos de licor y algunas pastas por un
módico precio. También aceitunas sazonadas y sabrosas recogidas del olivo que hay
delante de la casa de mi suegra y del parque infantil al otro
lado de la carretera. Tras la consiguiente revisión de una veterinaria se
procedió a la subasta de los trozos deshuesados.
Entre mis recuerdos de comida sabrosa ocupaba
el lugar predilecto un trozo de lomo asado que robé a mi padre un día de
matanza y asé en la lumbre una noche cuando era niño. Añoraba ese sabor y pude hacerme
con medio lomo que luego puse en la parrilla para cenar y, no hay color con éste
y el que venden en los supermercados, ese que suelta telarañas babosas como un espumarajo.
Reinaba un ambiente familiar mientras las mujeres voluntarias de la Asociación
de Mayores preparaban en un caldero, sujetado con un trípode, las patatas meneas que después nos sirvieron. Algunos
pudimos comer poco más de una cucharada porque al reclamo de la fiesta acudió más gente de la prevista por la organización y no
había para todos. El precio del tiquet para la degustacción superaba en muy poco
al de un café con leche. La carencia para los últimos lo compensaron con un
cucharon de carne picada (que en Corporario llaman probadura). Estaba muy rico.
Amenizaba la fiesta el acordeonista Jesús Ferreira a quien se unió también con
su acordeón el lagarto Andrés vestido de época con una casaca gris de rayas.
La
lluvia acudió al final de la comida y la gente buscó refugio. El tiempo
desapacible y frío desanimó a la gente y las chimeneas de las casas vomitaban
el humo de los hogares.
Un par de días antes, decidí dar una vuelta para fotografiar los paisajes
helados y era un sacrificio sujetar la cámara para hacer las instantáneas.
Algunas las hice a través de la ventana del coche porque el frío lo aconsejaba.
En
resumen, el pueblo se divierte rescatando algunas tradiciones casi olvidadas y fueron
unas horas agradables. Y concluyo escribiendo esta entrada cuando la lluvia del temporal Ana se
apodera de la noche y el viento silba quejumbroso en las esquinas. Entre tanto, el
pueblo duerme, los árboles se mecen, por la calle brillan los regueros de agua y la lumbre que me acompaña chisporrotea en la madrugada.
Añado
además que: si el de Arriba quiere y la salud lo permite el próximo año volveré a pujar en la subasta.
Lo he visto muchas veces pero no por ello deja de impresionarme |
¡Que frío! |
La hice desde la baranda que quita el vértigo |
Les llamé y vinieron con las orejas peinadas de hielo. |
Hielo y carámbano |
árboles blancos |
El fotógrafo estuvo con su cámara acorde a los tiempos |
3 comentarios:
Buen reportaje que agradecemos los que no pudimos estar.
Tambien tu animaste con tu instrumento musical.
Fantastica fiesta.
Rosa.
Salva muy bien escrito como siempre.Leyendo el texto uno que ama lo rural, se imagina cada viñeta que relatas en el texto como si estuviera ahi, oliendo el chamuscao del cerdo al que se va a despedazar para cocinar. Tambien he vivido esta experiencia de niño en mi pueblo cuando el cerdo era uno mas de la casa.Felicidades 'Maestro'
Joaquim
Magnífica crónica, Salva, que no necesita acompañar fotografías; pero si aademás las acompañas,... pues no te digo NA.
Quiero dar la bienvenida a Joaquim a nuestra blogosfera y decirle que como nosotros estuvimos allí, en el regreso a la ciudad, dentro del coche, era un olor a chamuscado el que desprendían nuestras ropas, que parecía que traíamos con nosotros, sentado a nuestro lado y con el cinturón puesto (por seguridad) uno de los cerdos chamuscados.
-Manolo-
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