Un avión de la K.L.M. Nos llevó en poco más de dos horas de
Barcelona al aeropuerto Schiphol de
Amsterdam (Holanda). Observé que
sobrevolaba más tiempo del habitual por encima de la ciudad. Detalle que me
llevó a pensar que era una ciudad muy grande, y no es así. Podría decir que no
llega al millón de habitantes. Por poner
un ejemplo, está ligeramente más poblada que Valencia. Al aterrizar pude ver
cómo rodaban copos de aguanieve por las alas del avión.
Se me
hizo largo el pasillo que tuvimos que recorrer para llegar hasta la cinta de
recogida de maletas. Luego nos dijeron que era el mejor aeropuerto del mundo.
Igual que en otros viajes nos
esperó el guía con un autobús para llevarnos hasta el hotel. Muy confortable y
amplio.
Al día siguiente mi reloj biológico me
despertó como si tuviese que ir a trabajar.
Me acerqué a la ventana, aún era de noche y todo estaba nevado. A un centenar de metros parpadeaba el semáforo
de una avenida y varios puntos oscuros esperaban para cruzar; todos eran
ciclistas que avanzaban con rumbo a sus
puestos de trabajo por un vial paralelo a la avenida. Un autobús nos recogió a las nueve de la
mañana y realizamos una visita panorámica por la ciudad nevada.
Holanda es un país que tiene el sesenta por
ciento del territorio por debajo del nivel del mar. Los molinos de viento
durante el siglo XVI se utilizaron para sacar el agua de las lagunas y así
ganar territorio. El Gran Dique del Norte (Afsluitdijk) cierra el mar interior de Holanda (el
llamado Ijselmeer) del Mar del Norte y que conecta las regiones de Noord
Holland con Friesland.
En los extremos dispone de esclusas para
regular el nivel del agua que va al
interior o facilitar la navegación y cuando conviene el drenaje de los canales.
Cuando circulábamos por aquellas carreteras se
veía el campo blanco como una planicie infinita. Observé que en las tierras y prados
no había vallas que los cercaran, sino canales que impedían el paso del ganado de una finca a otra.
Por cierto, la vaca frisona holandesa produce
al año 3250 litros de leche. No vi ninguna porque estaban a cubierto del
temporal en granjas. Hicimos una parada en una quesería donde nos dieron a
probar el queso que elaboraban, y también chocolate.
Otro día visitamos la casa de Ana Frank, donde
durante la ocupación nazi escribió su famoso diario cuando vivían en la
clandestinidad y que ella pensaba titular: La casa de atrás.
Aprendimos a movernos con las líneas del
tranvía. Siempre convenientemente abrigados porque el frío y la humedad era
persistente. Disfrutamos de un paseo nocturno en barco por el río Amstel. Los
puentes tenían los arcos iluminados. Las casas se sustentan como en Venecia sobre pilotes de madera y por lo normal no superan
cuatro plantas de altura. Incluso se ven algunas desniveladas en la vertical
como consecuencia de que los pilotes están rotos.
Una mañana paseamos por el famoso mercado de
las flores y por la noche dimos una vuelta por el barrio rojo. (aquí le robaron
la cartera a unos compañeros de viaje, dinero, pasaportes y tarjetas. Eso les
obligó a dirigirse al consulado para solucionarlo provisionalmente).
En el barrio se
exhiben señoritas ligeras de ropa en escaparates no más anchos que una puerta y
bajo la luz de neón. No se permite hacer fotografías. Si te ve la policía te requisa
la cámara y en el mejor de los casos las
fulanas te lanzan un vaso de agua. Son callejuelas estrechas, algunas sólo se
pueden transitar caminando de lado porque dos personas en ida y vuelta no
caben. Sin embargo, la afluencia de
turistas y mangantes es abrumadora.
El museo de Van Gogh estaba en obras. Nos
acercamos hasta Haarlem que dista de Amsterdam unos veinte kilómetros.
Celebraban la feria medieval y nos agasajaron con sus productos y su acogida
desinteresada.
He de resaltar que el grupo de turistas con el que viajábamos era en su mayoría de Cataluña, aunque también de Zaragoza, Castellón y Valencia. Gente afable y educada que hizo nuestra estancia allí más agradable. Dicen bien que el mundo es un pañuelo y digo esto porque cuando me preguntan de dónde soy, respondo con disimulado orgullo: "¡De Salamanca!...aunque vivo en Cataluña". Una señora rubia me respondió: "Pues mi marido es de La Ahigal de los Aceiteros". (El pueblo de Julio Robles, el torero). Claro está que él le conocía y hablamos del diestro y su fatal desenlace. Se llamaba Manolo Hernández Calvo, (os suenan estos apellidos) y su esposa Asunción.
El último día salimos de Amsterdam a las cinco de la tarde y un poco más allá de la ocho ya estaba en mi casa.
Y ahora, en base a los tramposos recortes tendremos que esperar hasta el próximo viaje porque a los dos nos han robado, aunque ellos dicen retenido, la paga de navidad.
Centro comercial, todo muy caro. |
Grupo español hospedado en el mismo hotel |
Delante del Molino. |
Asun y Angélica. |
Son ovejas, no cerdos |
Será por bicletas? En Amsterdam se mueven 7 000.000. |
Esto es un carrito de bebés. |
Iglesia de Haarlem |
Lavando con el balde como en los viejos tiempos |
Vuelta a casa |