La frase del dia

24 octubre 2010

Viaje a Caldea



Ya sabéis que escribir permite cultivar la fantasía. Tal vez por eso es bonito caminar en el vértice de lo inverosímil, ya que, permite hilvanar lo imaginario y lo real.
El puente pasado decidimos hacer una escapada porque de tanto en tanto conviene romper el trajín y abandonarse al relajo.
(Estaba en un escaparate, aunque quería pasar desapercibido, pero le reconocí, era nuestro lagarto Zarzo disfrazado de sultán)
Hice las someras indagaciones en cuanto a la ruta que debía realizar. Imprimí el trayecto pero se quedó en casa en el tocador donde habitualmente dejo las llaves. No es que fuera una ruta nueva, ni para mí ni para el coche, por tanto, podría decir que la conocíamos casi de memoria.





Con el destino decidido arrancamos el coche y éste sabe muy bien de qué va la historia. Supongo que según sea la carga se hace una idea de lo que le espera. No es lo mismo cuando las maletas copan el maletero que cuando lo hacen una bolsa de viaje y una mochila. Entre él y yo hay un lenguaje mímico que los dos entendemos. No habla pero mentalmente me preguntó: “¿A dónde vamos?”. Yo le dije a Caldea (Andorra) y él replicó: “Yo te llevo, pero no quiero prisas,ni agobios de ningún tipo, necesito aires y olores nuevos, tú tranquilo que llegaremos”.
Sin embargo, los planes de inversión que concede el gobierno hacen posible que paisajes ancestrales, que eran referentes a seguir durante el trayecto, hayan desaparecido, o bien, su cambio les hace irreconocibles.




Mas continuemos con el viaje. No sé si será porque los años pasan factura o porque soy reticente a los nuevos inventos que mutilan en cierto modo la libertad de mi auto, es decir: gepeses, detectores de radar u otros artilugios de pelaje similar, continúo guiándome por la intuición y como humano tropiezo muchas veces en la misma piedra. Además, la voz de la conciencia que va de copiloto no se corta para decirme si llega el caso: “¿Para que lo quieres si no le vas a obedecer?”.
Reconozco que no le falta razón.

Es inevitable, tantas noches compartiendo almohada proporcionan esa convicción tan certera.




Sucede pues, que quien esto escribe, cuando tiene ante si unos días de completo asueto, apenas si mira el reloj y se deja llevar por el auto porque la vista saborea los campos que va contemplando; sin semáforos ni nerviosos que se peguen casi empujando por detrás, con la luces aguijoneando el retrovisor.
Así pues, transitar por carreteras solitarias, sin agobios de ningún tipo, es harto placentero.
Después de cruzar Montblanc, Tarrega, Guisona, llegamos a Artesa de Segre y fue ahí donde el coche se desvió hacia Tremp y no llevó hasta Sort, no paramos a comprar lotería que hubiera sido lo habitual en la afamada Bruja de Sort. Ascendimos por una sinuosa y empinada carretera desde la que se divisaban panorámicas idílicas. Al llegar al punto más alto se extendía una pequeña meseta en cuyas laderas pastaban las vacas. Decidimos reponer fuerzas rodeados de un aura de tranquilidad y de los buscadores de setas que pasaban a nuestro lado con las cestas vacías.



El hotel que habíamos reservado estaba cerca de la pirámide acristalada bajo cuya estructura se encuentran las termas de Caldea. El aparcamiento en aquellas calles era empresa difícil, pero tuvimos suerte y encontramos un hueco a escasos metros del hotel.
Disfrutamos con total tranquilidad de las instalaciones. Sentir la fuerza del agua con 30º de temperatura, bajo el cuello de cisne, los jacuzzis, las máscaras de agua vaporizada y las diferentes tazas de hidromasaje. El murmullo de los multiples chorros invitaba al silencio y a la abstracción. De repente, desde una potente megafonía, llegaban las voces del grupo coral inglés ”IL DIVO”, interpretando “My Way” de Frank Sinatra. ¿Que más se puede pedir?
Entre tanto, en la calle llovía sin intensidad y a través de las vidrieras podía verse un día gris, que después de tanto verano, tenía su encanto al menos para mí.
Vimos en el exterior un grupo de bañistas en una laguna contigua y hacia allí nos encaminamos. El contraste de la temperatura que mi cuerpo había acumulado hizo que al caminar en contacto con la brisa del exterior sintiera un latigazo de frío que casi me hizo tiritar y al ver al resto de bañistas que aparentaban tranquilidad, pensé: “Que blandito me estoy volviendo”.
Después observé que la gente seguía el recorrido del agua y se colaba por un pequeño túnel del que colgaban unos plásticos duros que separaban el interior del exterior de las instalaciones. Por tanto, no era necesario salir del agua para ir de un sitio a otro. Una vez más recordé que para algunos por mucho que pase el tiempo, seguiremos siendo urbanitas con corazón de labriego. Es lo que hay.
Dicen que hay crisis y yo añado que es cierto, aunque no es menos cierto que ni la lluvia aparta la voracidad consumista. Un gentío copaba las aceras ataviados con paraguas o se cobijaban bajo los
salientes de los edificios.




El río Valira bajaba enfurecido con el color marrón de los nuevos aportes y en las montañas periféricas se dejaban ver entre brumas casas de difícil acceso.
Cruzó bajo la lluvia la caravana de una concentración de Wolkswaguen- escarabajo. Nos dirigimos a una tienda de instrumentos musicales e hicimos algunas compras. Luego visitamos otras galerías donde el flujo de gente era constante.
Al volver a Tarragona el coche avanzó paralelo a los pantanos de antaño y por el trayecto más corto, quizá porque está mejor en su garaje que bajo aquella lluvia pertinaz y cansina.