La frase del dia

05 febrero 2015

El peregrino del Reino Unido


Alan en manga corta y observando mi estilo.



Cuando ya se vislumbran casi a tiro de piedra los sesenta (¡!) y las fotos de juventud van adquiriendo el tono sepia de lo añejo, uno cree que son pocas las cosas que le deparen sorpresa en cuanto al comportamiento del ser humano.  Sin embargo, las circunstancias o sucesos del día a día te hacen comprender que la edad no es un indicador cien por cien fiable para calibrar nuestra capacidad de asombro.
    A veces, en una vertiente positiva, los años van desterrando  el ridículo, el qué dirán y todo aquello que frene la iniciativa personal, aquella que parte de una convicción profunda a la hora de acometer un objetivo sano y loable.
    Para argumentar lo que escribo narraré dos experiencias que están en las antípodas una de otra.
  La primera sucedió una mañana cuando me desplazaba acompañado por un compañero de trabajo para ver futuras tareas en la zona de las playas.
    ¡De pronto! Vimos a lo lejos a un hombre que avanzaba cargado con una cruz por la orilla de la carretera.
    —Vamos a parar un momento, quiero saber por qué va arrastrando esa cruz —le dije movido por esa curiosidad infantil que se niega a aceptar la prudencia que da la madurez.
    Bajé del coche y fui a su encuentro. Tan repentina parada y el caminar decidido pusieron en guardia al peregrino.
    —¿Cristianos? —Preguntó en un castellano atropellado y con una mirada inquieta.
    —Sí —respondí. Y  vi que la respuesta le tranquilizaba.
    Nos dijo que se llamaba Alan y que era inglés. Por fortuna el compañero hizo de intérprete y así pude hacerle algunas preguntas. Venía de Valencia y esperaba llegar a Barcelona.
    A lo largo de los últimos años ha caminado más de 2400 kilómetros por diferentes países, Reno Unido, Francia, Bélgica, Países  Bajos, Alemania, Polonia, Rumanía, Gibraltar, Islas Mauricio y España.
    Alan tiene una web: www.bluemerangwalks.co.uk
    En definitiva fue un encuentro emotivo y espiritual. Alan continuó arrastrando su cruz con destino a Barcelona.
    Días después regresábamos por una autovía y vimos un coche blanco que iba casi empujando a un coche azul en el carril de adelantamiento. El coche blanco giró bruscamente a la derecha y tras sortear varios coches se plantó delante del azul para taponar el carril y obligarle a circular lentamente. Vimos cómo el conductor del coche blanco sacaba un machete y fingía clavárselo en la espalda en clara amenaza al coche azul. Cuando se cansó de simular puñaladas se lanzó a correr por izquierda y derecha, culebreando entre los vehículos y satisfecho de su hazaña.
    —A ese, más pronto que tarde su cabeza le dará el pago—dijo mi compañero.
   Y estas son las cosas que acontecen cuando menos lo esperas. Por una parte, la grata experiencia de Alan, y por otra, la de un tarado que con su locura pone en peligro la vida de los demás.