La frase del dia

19 agosto 2009

Duende en el choperal

Cuando escribo estas líneas las fiestas de San Lorenzo ya reposan en el arcón de los recuerdos. Momentos vividos que con el paso del tiempo ocuparán por derecho propio un rincón feliz en la memoria.
Durante estos días hemos tenido de todo, si bien, las altas temperaturas han sido una amenaza constante. Algo inesperado para los que escapábamos de la costa en busca de la brisa fresca con que suelen presentarse las noches salmantinas.

Helicópetro cargando en el Duero

El fuego acudió de la mano de imponderables que se escapan al control humano. Los rayos de las tormentas prendieron la vegetación que cubre nuestra tierra y la virulencia del fuego se expandió como un reguero.
No recuerdo que en mi época de adolescente ocurrieran estas cosas de manera frecuente, y me pregunto si no será una consecuencia del progreso que se olvidó de asear caminos, arroyos y cañadas.
También la lluvia arreció durante unos minutos con una intensidad devastadora, al poco, oscurecían la tarde los restos calcinados de los piornos y los vuelos rasantes de las aves alejándose del humo y del tableteo de los helicópteros e hidroaviones luchando contra el fuego.
Durante las maniobras de extinción, Paco me comentó lo del otro avión que se perdía en las alturas, de aspecto similar al de una reproducción de aeromodelismo con control remoto, según dijo desde allí se dirigía todo el cotarro.



Grupo de baile
Nada impidió que la fiesta continuara para perpetuar las tradiciones lúdico-religiosas .
En estos actos es donde deja su impronta el esfuerzo de la gente que vive en el pueblo. Encomiable su labor por participar de forma activa mediante el baile. Idéntico reconocimiento al grupo de teatro. Y buen detalle por parte del ayuntamiento al conseguir que todos los niños tuviesen regalo en la fiesta de disfraces.



Gracia e ingenio, lo bordaron

La “caldereta” estaba de vicio, sin ninguna duda el sabor le pudo al hambre, en mi caso al menos.
He de hacer mención, como integrante que soy, a la peña EL LAGARTO: si no me equivoco la formamos 37 personas. Su creación surgió de repente cuando se producía la batalla de la espuma en el pilar el año anterior, como una broma sin consistencia, una intentona sin más. Sin embargo, caló hondo y superó las previsiones más halagüeñas. Ojalá cunda el ejemplo y se formen muchas más.


Es de destacar, por lo novedoso, la chocollá o tamborra (así se llama la fiesta de Calanda -Teruel- donde las calles se llenan de tambores que percuten sin cesar).
Nuestro instrumental musical era variopinto pues todo tenía cabida, desde las cañas rocieras, cacerolas, bombos de lavadora, sartenes viejas, cencerros, esquilas, panderetas de tómbola, espantapájaros de hojalata y algún tambor remendado.


Abría la comitiva la autoridad, el presidente Ignacio, que se afanaba en tocar la flauta y el tambor; como una sombra por el costado le seguía Juan, el marido de Ino, cargando al hombro un radiocasette desde el que salían casi inaudibles las notas de una jota castellana.
Por detrás venía el séquito de bullangueros sin orden ni concierto, pero formando una algarabía llena de alegría. Todo estuvo bien y participé de lleno.


Y si ahora tuviese que elegir uno de los mejores momentos que he vivido, presenciado y compartido, destacaría sin vacilar el desayuno a la sombra del choperal.
Recuerdo que estaba degustando la chocolatada que mis compañeras habían cocinado como desayuno en el local; el pueblo permanecía bajo el letargo de una noche verbenera y divertida; la brisa de la mañana refrescaba el ambiente; de tanto en tanto, como intangible presencia, el viento mecía las ramas bajas; sólo alteraban la quietud los comentarios de mis colegas de la peña; intuí que me rondaba uno de esos pellizquitos de felicidad, de los que pueden llegar cuando la mente se relaja y todo lo que acontece nos depara una agradable laxitud. Fue ahí cuando sucumbí ante el menú de sensaciones que llegaban. Todo se alió, reinaba el buen humor, el chocolate estaba exquisito, los bizcochos sabrosos y la carretera permanecía desierta. Algunos peñistas tomaron asiento a mi lado y el encanto marchó raudo para dejarme en la desenfadada tertulia de mis compañeros de mesa.
Y, visto desde la distancia y con el rigor que produce la vuelta a la normalidad, creo, sin temor a equivocarme, que la experiencia resultó enriquecedora porque estrechó lazos y cuando llegue el próximo verano tendremos 37 razones más para asistir a las fiestas de San Lorenzo.