Genio y figura |
San Cristóbal de Entreviñas |
Iglesia de San Cristóbal |
Juan Andrés, Pili y su nieto, Bosco y Esme. |
Los Lagartos con D, Francisco Moya, "el chupaligas" |
José y Andrés- |
D Francisco y la Banda Trapera del Candeneo. |
Manuela y Angelines, nos invitaron a chocolate. |
La mascota, dentro va Olegario. |
Cuando le vi supe que tenía delante a un mito viviente. Acudió con su trompeta en la
mano, como si fuera un apéndice más de su cuerpo. Vestido con una camisa de un
rojo brillante que conjuntaba con la blancura del resto de su vestuario,
pantalones, zapatos y sombrero.
Intuí que el señor Francisco Moya al vestirse esa mañana para el "evento" había
repasado el sempiterno bigote que blanqueaba más a sus 87 años.
Después de amenizar el pasacalles por el pueblo nos
sentamos en el bar para tomar unos refrescos y conversar.
Con su permiso me
dispuse a anotar el torrente de vivencias que Francisco me contaba. Es por eso
que, a partir de este párrafo, serán las palabras del señor Francisco las que
den forma a este relato:
“Nací en 1926,
en un pueblo zamorano de la comarca de Benavente que se llama San Cristóbal de
Entreviñas.
Mis padres eran propietarios de un circo. Al poco de estallar la guerra civil, estábamos en Málaga y cayó una bomba que mató a veintitrés artistas del circo ...entre los que se encontraban mis padres. Mis tres hermanos y yo sobrevivimos porque estábamos jugando en el exterior. Al llegar a la carpa todo estaba destruido y había restos de la masacre humana desperdigados por el suelo.
Los barcos continuaban bombardeando la ciudad y nosotros nos cobijábamos bajo tierra en la galería de una alcantarilla. Unos señores nos recogieron y llevaron a un hospicio de Alicante. Yo saltaba la tapia y me escapaba en busca de comida, pero siempre terminaba otra vez en el hospicio.
Fueron tiempos duros hasta que se hizo cargo de nosotros un tío nuestro. La adolescencia fue trascurriendo trabajando en los títeres y la música.
Mis padres eran propietarios de un circo. Al poco de estallar la guerra civil, estábamos en Málaga y cayó una bomba que mató a veintitrés artistas del circo ...entre los que se encontraban mis padres. Mis tres hermanos y yo sobrevivimos porque estábamos jugando en el exterior. Al llegar a la carpa todo estaba destruido y había restos de la masacre humana desperdigados por el suelo.
Los barcos continuaban bombardeando la ciudad y nosotros nos cobijábamos bajo tierra en la galería de una alcantarilla. Unos señores nos recogieron y llevaron a un hospicio de Alicante. Yo saltaba la tapia y me escapaba en busca de comida, pero siempre terminaba otra vez en el hospicio.
Fueron tiempos duros hasta que se hizo cargo de nosotros un tío nuestro. La adolescencia fue trascurriendo trabajando en los títeres y la música.
Diecinueve años tenía yo
cuando vine con mi tío a actuar en Cabeza del Caballo. “Tú tienes que bailar un
baile conmigo” me dijo Ángela, una moza, que, además de ser guapa bailaba y
cantaba muy bien. Mi tío interpretó con su trompeta un pasodoble y ahí comenzó
a forjarse nuestro amor.
Como matrimonio continuamos ganándonos la vida actuando en las fiestas populares. Sin embargo, las ganancias no llegaban para cubrir las necesidades que mis cinco hijos. Mi mujer y yo nos desplazábamos de pueblo en pueblo con un carrito tirado por un burro. Ahí dormíamos al terminar las actuaciones. La mocedad continuaba la juerga y muchas veces pasaban cerca de nuestro carro pero jamás nos molestaron.
Como matrimonio continuamos ganándonos la vida actuando en las fiestas populares. Sin embargo, las ganancias no llegaban para cubrir las necesidades que mis cinco hijos. Mi mujer y yo nos desplazábamos de pueblo en pueblo con un carrito tirado por un burro. Ahí dormíamos al terminar las actuaciones. La mocedad continuaba la juerga y muchas veces pasaban cerca de nuestro carro pero jamás nos molestaron.
En cierta ocasión, cuando
estábamos inmersos en pleno baile, se presentó la pareja de la guardia civil.
“Haga el favor de enseñarnos su carnet del sindicato del espectáculo”,
exigieron. “Yo no tengo ese carnet”, les dije. “Pues entonces no puede seguir
actuando”, argumentaron. “Mire usted señor guardia, si no me dejan actuar con
mi trompeta no podré alimentar a mí familia”, expuse. “Lo sentimos pero las
normas son las normas y nuestra obligación es que las cumplan todos por igual”,
sentenciaron los agentes. El baile se suspendió y la fiesta terminó. Lo mismo
sucedió un tiempo más tarde en otro pueblo y ya no me quedó otra alternativa
que intentar obtener el carnet de músico
profesional.
El día del examen acudí
con la única trompeta que tenía y la pobre estaba parcheada con tela porque ya
era vieja y el aire se escapaba entre los pistones. Me examinaron en segundo
lugar. Detrás de mí había otro grupo de
alumnos preparados para la prueba.
“Haga usted el favor de
interpretar esta pieza”, me dijo uno de los profesores, soltando encima de la
mesa una partitura que ocupaba al menos tres folios. “Yo no sé qué son todas esas
rayas negras y palotes que hay escritos aquí”, justifiqué. “Entonces, ¿Cómo
quiere usted que le concedamos el carnet si no sabe solfear?, comprenderá que para nosotros no es válido” dijo el
profesor que parecía mandar.
“Dígame la canción que
quiere que toque y, si no sé, aceptaré su decisión”, me atreví a decir para
salir de aquella situación que parecía irreversible.
El hombre, para terminar de
una vez y convencido de mi fracaso, añadió: “Toque usted lo que quiera”. Inicié
las primeras notas del pasodoble “En er mundo”, vi en sus caras el gesto de grata sorpresa y continué recreándome en la interpretación.
“Vale, vale”, dijo el que
mandaba y añadió: “Usted no sabrá solfear pero toca la trompeta mejor que todos
esos que han estudiado en el conservatorio”. Así dispuse al fin del dichoso papel que me
acreditaba como músico profesional.
Alternaba las actuaciones
con trabajos esporádicos en el campo. La primera vez que fui de jornalero a
segar, dejé la hoz en el suelo y con las dos manos junté las cañas hasta que
logré sujetarlas con una sola mano, después cogí la hoz y las serré.
He trabajado de todo y al fin tuve que emigrar a Alemania. Trabajé en una fábrica de Nuremberg y pude llevarme a mi familia. Ángela cuidaba los niños de otros matrimonios y mis hijos comenzaron a actuar conmigo en los locales de los emigrantes españoles. Nos fue bien, pero vi que si continuábamos allí mis hijos perderían sus raíces y eso no me gustaba nada. Decidimos regresar a España.
He trabajado de todo y al fin tuve que emigrar a Alemania. Trabajé en una fábrica de Nuremberg y pude llevarme a mi familia. Ángela cuidaba los niños de otros matrimonios y mis hijos comenzaron a actuar conmigo en los locales de los emigrantes españoles. Nos fue bien, pero vi que si continuábamos allí mis hijos perderían sus raíces y eso no me gustaba nada. Decidimos regresar a España.
Tengo dos hijos que
estudiaron música y tiene su propia orquesta. Angelita (dice este nombre por
primera vez) murió hace dos años el día de los difuntos y, desde entonces no
hay un solo día en mi vida en que no acuda
a visitarla. (Es en ese momento cuando reparo que lleva las dos alianzas en la
mano).
Ha sido y será la mujer de mi vida y no hay millones de dinero suficientes en el mundo para que yo abandone Cabeza del Caballo porque ahí está Angelita.
Ha sido y será la mujer de mi vida y no hay millones de dinero suficientes en el mundo para que yo abandone Cabeza del Caballo porque ahí está Angelita.
Hablamos largo y tendido durante la comida. “Yo lo único que he pretendido en la vida es
que la gente sea feliz”, me dijo, como si a pesar de lo sufrido, esa fuera su filosofía de vida. ¡Qué gran hombre!
Aún me quedaba una pregunta por hacer y me lancé:
Francisco, ¿Por qué te llaman Chupaligas?,
“Hubo un tiempo que actuaba de
payaso y mi nombre artístico era el payaso Chupaligas y ese apodo se quedó
para siempre”, respondió.
Interpretamos varias canciones para amenizar los
postres en el local de la peña y nos bastaba una mirada para disculpar las
pequeñas pifias, más mías que suyas, durante la velada. El sonido de su trompeta
quedará para siempre en nuestra memoria con la magistral interpretación que nos
brindó de “Balada triste de trompeta”. Lo acompañé hasta el coche y cuando se alejó, me quedó la impresión de que San Lorenzo me había premiado
con un nuevo amigo, un sabio, un artista puro que ojalá pueda deleitarnos con su magia durante muchos años más.
5 comentarios:
En las inmediaciones del bar llega un motorista, se desprende del casco y su cara se me hace familiar, conocida. Me mira con intención de hablar, pero antes le digo: usted me parece conocido y ahora no caigo quién es. Acabo de decir esto y enseguida dije. Usted es el famoso Chupaligas de nuestra infancia, que tantas veces nos alegró con su música y actuaciones. Y recuerdo como si fuera ahora a su mujer, Carlota, vestida de azul que bailaba y hacía contorsiones. –Sí, sí, pero no era mi mujer, era mi hermana. - ¿Dónde está la Peña de los Lagartos? – ahí mismo, ahora vamos, pero antes tomamos una cerveza, hacía calor. Mientras, me comentó que tenía 87 años y venía de C. del Caballo en moto; cosa que a su edad tiene mérito como todo lo suyo que ya se ve en esta breve pero impresionante biografía que nos relatas. Gracias Salva por descubrirnos a esa gran persona que va “tapada” por su alias y que a partir de ahora todos sabemos su verdadero nombre, Francisco Moya, que la mayoría desconocíamos. Y un saludo para el Chupaligas si llega a leer esto.
Buen resumen en imagenes de la fiesta
-Manolo-
A este músico le han hecho he muchas entrevistas. He leído con interés todas las que han caído en mi mano. Recuerdo una muy completa publicada a doble página en las centrales de un periódico salmantino en fin de semana. Todas ellas hablaba de su vida profesional, (sus actuaciones, como accedió al carnét de músico, etc.), pero no sabía que su familia fuera propietaria de un circo ni que sus padres acabaran sus días de esa forma.
De un personaje como éste, siempre se aprende algo nuevo.
Muy bien la entrevista, bien el reportaje fotográfico y,… sobresaliente su actuación ese día integrado a tope entre nosotros donde pudimos solicitarle canciones que nos dedicó de manera personal y directa y, en los pocos días transcurridos, su trompeta aún resuena en nuestros oídos.
La edad es lo que menos importa, de manera que el próximo año confiamos volver a contar con su inagotable espíritu musical.
(Paco)
Cuantos hijos tiene chupaligas?
5 hijos. Paco, Manolo, Jose, Enrique y Miguel.
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