Soy el inquilino del campanario y me llamo Jordán. Aunque así sólo me ha llamado mi familia, hasta aquel maldito día. Éramos felices en la cueva. Desde allí avistábamos toda la cuenca del río y durante las noches, daba igual que luna hubiera, salíamos de cacería, hasta que los mataron.
Entraron como alimañas. Me libré porque no estaba en la cueva. Les vi descolgarse por el roquedal. Quise avisar a mi familia pero estaban en el mejor sueño y no escucharon mi reclamo. Sólo yo pude escapar, mas nunca me consideré un afortunado sino todo lo contrario. Durante un tiempo vagué asustado y hambriento en busca de un rincón que me ayudara a soportar mi apática vida.
La “fortuna” hizo que una noche la lluvia me empapara hasta los huesos y no pude avanzar. Acurrucado y aterido, esperé bajo la techumbre de un corral. Nadie pasaba por allí, sólo un gato blanco con pintas negras olisqueaba el suelo en mitad de la calle. Mi abuelo acudió al rescate en mi sueño, detrás de su cara asomaba lejana la silueta de un campanario. Pero me despertaron los ladridos terribles de un perro, que acosaba a un gato atigrado con el torso encrespado. Una piedra impactó sobre los bajos metálicos de la puerta de una vivienda y los contendientes se dispersaron. ¡De pronto!, estaba allí, al final de la plaza, el campanario que fluctuaba en mi sueño. Cruce la calle y subí.
Todo cambió la noche que llegaron Ellos. Recuerdo que aquella mañana las mujeres cubrieron con rosas blancas el pedestal de la estatua del obispo y barrieron las losas del suelo de la iglesia, el alboroto me impidió descansar. Por la tarde estuvieron ensayando cantos religiosos hasta que vino el sacristán para dar el toque de <Ánimas> y se retiraron a sus casas.
Fue entonces cuando me percaté de que una neblina azul brotaba en los últimos peldaños que llegaban al campanario y poco a poco se apoderó de mí un estado de laxitud y paz que no había sentido jamás.
Con mucho sigilo bajé hasta el coro y permanecí escondido tras la pétrea baranda. Un suave murmullo de voces provenía de abajo, me asomé y descubrí a tres personas vestidas con túnicas blancas, fue como un latigazo de sorpresa:¡Sus rostros eran los de la imágenes que había por detrás del altar!, el obispo, el barbudo del bastón y la mujer hermosa. Tuve que pellizcarme para dar crédito a lo que estaba viendo y cuando me disponía a quitarme de en medio escuché una voz que decía:
- ¡Ven criatura de las tinieblas, no temas!- contuve la respiración, sospeché que me observaban - ¡Somos mensajeros de la paz!- dijo una cálida voz femenina. Volví a asomarme y el barbudo del bastón comentó: nuestra espera será infructuosa esta noche.
Huí escaleras arriba y me escondí. Debí de caer dormido como fulminado por los efectos de un poderoso narcótico, pues recuerdo que desperté sobresaltado por las explosiones de los cohetes y el sonido del tambor. Salí con mucha cautela para no ser visto y me oculté en un pajar cercano, intuía que toda aquella algarabía era el preludio de un día ajetreado. Más tarde, desde el henil, pude ver los pendones que precedían la imagen del obispo en devota procesión por las calles del pueblo.
Otro día sacaron al barbudo y lo llevaron por el campo; después los muchachos corrían por los caminos batiendo tarabillas, cascabeles y cencerros.
Y cuando los cerezos se vistieron de blanco y los campos se cubrieron con la alfombra de la nueva cosecha, pasearon a la mujer bella, con su vestido blanco de greca dorada. La gente cantaba a su paso y en los balcones le mostraban telas con primorosos bordados.
Hoy, cuando ha pasado un año desde aquella noche, estoy nervioso porque de nuevo han vuelto las mujeres con sus cánticos y flores. Por una parte, lo confieso, tengo miedo; por otra, aquel estado de placidez me gustaría sentirlo de nuevo. ¿Será eso el llamado cielo que tanto menciona el cura en la misa?
Cae la tarde y presiento que vamos a tener una de las noches más frías del año. ¿Qué es ese ruido que surge del tejado? ¡Está granizando! ¡Son grandes como garbanzos! La cornisa ya blanquea y pronto estará así el resto del tejado, aunque parece que amaina. ¡Sí, ahora es nieve!
Desde aquí arriba diviso perfectamente como se va cubriendo el campo, observo el bamboleo que se produce en el ramaje del nogal tras el impulso de los tordos al iniciar el vuelo rumbo a la torre. Eso quiere decir que tendré compañía y que habrá más de una disputa por acomodarse. Pero no se acercarán a mi... igual que otras veces, dejarán espacio a mi alrededor, como si fuera el ser más apestoso de la tierra. Y lo comprendo, porque no soy feo, sino horrendo. Además, cargo con la cruz de viejas leyendas, forjadas por las musas de infaustos narradores y poetas, quienes en sus fantasías crearon la siniestra etiqueta que nada tiene que ver con mi verdadera existencia. ¡Qué sabrán ellos de mí! ¿Acaso soy el responsable de que el “Creador” me hiciese así?
Los muchachos empujan bolas de nieve por la calle principal, ¡vaya jaleo que están formando los tordos que llegan a la techumbre de la sacristía! ¿Vendrán Ellos esta noche?. Ese perro negro que cruza bajo la farola huye del prado y busca el calor de la cuadra. Los muchachos han creado un monigote tan alto como un caballo en el centro de la plaza. Le han puesto un sombrero viejo y una bufanda, y ríen calle arriba mientras se calientan las manos debajo de las axilas.
El viento está inquieto. ¿Será por Ellos? Fui un cobarde al no acercarme, me venció el miedo al rechazo, la misma cruz de siempre.
Esta escalera está llena de telarañas y plumas que revolotean inquietas cerca de la nariz.
- ¡No puede ser!, ¡ya están ahí!, ¡quién es el joven desgreñado que les acompaña! …Vaya modales, acostado en el banco con esas botas de soldado tiradas por el suelo.
- ¡Jesús! ¿Cómo puedes llegar de esta manera? menos mal que no está tu Padre- reprochó la mujer.
- ¡Mamá, no me rayes!- protestó el tal Jesús.
- ¡Pobres familias... esta juventud se les va de las manos! –refunfuñó el obispo.
- Es el resultado del consumismo exacerbado, creado por el afán de riqueza y poder de unos cuantos que perdieron el rumbo de los buenos principios y ven al resto de la humanidad como una masa aborregada. Embajadores del diablo, me atrevería decir, carentes de rostro popular, escudados en el anonimato de la gran banca y las multinacionales... ¡pobres ignorantes! obnubilados por un poder tan efímero como la vida del resto de los mortales–enfatizó Antón.
- ¡Eso no es del todo cierto, cada uno es muy libre para elegir su camino!- replicó Jesús.
- Bonitas palabras, no se corresponden con tu aspecto.-advirtió la mujer.
- ¡Mamá! ...perdí el control, me fui de litrona a la era y compartí un caldo purpúreo y ahora todo se mueve: ¡giran los arcos y el techo viene y va!, ¡mi cabeza está a punto de estallar! se quejó Jesús.
Así, raptando sobre las losas, cruzaré hasta la pila bautismal ¡qué frío está el suelo!, ¡por qué se callan!, ¿Me habrán descubierto? … miran hacia aquí.
-¡Joven de la penumbra!, ¿a quién esperas?- preguntó el barbudo.
Qué hago, voy o me quedo, mis piernas están temblando,¡que pánico!.
- ¡Eh, colega, van de buen rollo! ¡Sal de ahí! Ese sitio es de mi tocayo Jesús, el paisano al que llevaron a una guerra que nunca fue suya- dijo Jesús.
Avanzo por el pasillo central, caminando sobre la alfombra roja que llega hasta el altar. Me miran con curiosidad y sonríen. La mujer bella extiende su mano y me indica el lugar donde debo situarme. Me da la impresión de que mi fealdad no les incomoda.
-¿Sabes que tu abuelo también vivió en el campanario? -comentó el obispo
- Sí- dije azorado- hasta que conoció a mi abuela y se fueron al río, me lo contó muchas veces.
- ¿Puedo acariciarte?- me preguntó la mujer, retirando el velo que le tapaba el cabello y mirándome con unos ojos almendrados que me hicieron sonrojar. Puso su mano sobre mi espalda y me dijo: Soy María, la ciudadana del mundo, madre de todas las criaturas y sabes muy bien que no hay nada más puro que el amor maternal.
Jesús se acercó descalzo con las botas colgando del hombro, luego tomó impulso y se sentó encima del altar.” ¡Que pasota es este Jesús!” Pensé.
- ¡Hola! Me llaman Antón- dijo el barbudo- aunque mi verdadero nombre es Antonio Abad, yo también sufrí el desprecio de mis semejantes, tal vez por eso tuve un profundo cariño a los animales.
- Yo soy Blas, el sanador de gargantas, ya ves que paradoja, a mi me decapitaron. Ahora que nos conoces puedo preguntarte sobre algo que nos preocupa.¿Cuánto tiempo hace que vives en esta iglesia?- preguntó a quemarropa el obispo
- Dos inviernos y tres veranos.
- ¡Venga Blas, no seas tan diplomático y vamos al grano!, ¡déjame a mí!- pidió Jesús- A ver, campeón, dinos qué pasa, ¿porqué viene ahora menos gente a la iglesia?
- No sé…-respondí un tanto aturdido por el tercer grado al que me estaban sometiendo- marchan a las ciudades; he oído decir que hay más comodidades.
- Sí, no saben que allí acecha el peligro más que en ninguna otra parte.-áfirmó Jesús.
- Los jóvenes marcharon y el campo quedó abandonado- me atreví a decir- mi abuelo me contaba que antes eran más felices sin tantos adelantos, que también existían las ciudades, pero que sólo marchaban del pueblo los indianos y aquellos que carecían de trabajo. Además, no hace mucho tiempo, vuestros representantes, ante la escasez de vocaciones, se vieron en la necesidad de variar los horarios y suprimieron las misas que se realizaban los domingos por la mañana- se miraron arqueando las cejas en gesto de sorpresa, yo proseguí, estaba decidido- según los comentarios que escuché, el cambio produjo un cierto desencanto entre los parroquianos.
- Es posible que con los años me haya vuelto más nostálgico; aquellos tiempos en los que no cabía en este templo ni un solo feligrés más. Cómo se deteriora todo…- suspiró Blas.
-Entonces llegábamos a media tarde- recordó Antón- para ver los partidos de pelota. Me gustaba la pareja que formaban Pedro y Mariano, después Felicísimo y Manolo.
- Yo prefería oír cantar a Paco -intervino María- aquel timbre grave que tenía en su voz conseguía emocionarme; pero Fidela era mi debilidad, y no lo digo por corporativismo femenino; más que cantar trinaba, era una delicia escucharla. ¡Qué pena que tanto talento se perdiera en el anonimato rural!
- Estos nombres que ahora mencionáis son recordados frecuentemente- les dije.
- Si supieras lo felices que son al otro lado, donde no existe el tiempo -me dijo María sonriendo- … Y no te preocupes, tú también lo serás en su momento.
En ese instante se escucharon voces al otro lado de la puerta de la calle. Ellos sonrieron sin aparentar sorpresa. Luego Blas colgó una gargantilla blanca alrededor de mi cuello. Antón me abrazó. Jesús estrechó mi mano y me dio una colleja, como el amigo que nunca tuve. María apretándome en su regazo me besó, ¡no le produje asco! Sin ninguna duda, en ese momento, fui el ser más afortunado de la tierra. Yo estaba aturdido y miraba fijamente hacia la puerta porque no quería que la noche terminara.
La luz del nuevo día ya se filtraba por entre las rendijas de la puerta interior. Oí los cascos de una caballería cruzando la plaza y la voz de Genoveva, la guardiana de la iglesia “No creo que tenga mucha sed a esta hora tan temprana”. Luego sonó nítido un tintineo de llaves y percutió la aldaba de la puerta. Me giré para avisarles… pero ya no estaban. Los goznes chirriaron y marché presuroso al campanario.
Los tordos se alarmaron con mi regreso y salieron en desbandada hacia el nogal. Ya no me importaba su desprecio, allá ellos y sus miedos. Me sentí un privilegiado, convencido de haber estado en el cielo aquella fría madrugada. Me aceptaron porque sabían que yo era algo más que un cuerpo imperfecto. Y lloré con lágrimas nuevas, sin ser producidas por el dolor y la impotencia del día de la cueva.
Miré hacia el Teso de la Cruz y observé que el sol se elevaba sobre el cementerio, como si su luz fuera el primer tributo a los antepasados.
Ahora, vuelvo a estar solo y, tras muchas cavilaciones sobre mi confusa existencia, he llegado a pensar que, el Supremo Hacedor quiso cambiarme, o tuvo un desliz cuando me estaba creando. Tal vez le pilló en pleno trance de pasar de un lado a otro, entre lo divino y lo humano. En un principio, quiso que fuera un pájaro y me dio alas pero se le olvidó el pico. Después me dio dientes y no unos ojos almendrados que me permitieran disfrutar de la hermosura que puede contemplarse con la luz del día.
En definitiva, soy una chapuza divina que vive en la noche para ocultar un error. Y puesto a elucubrar, que también tengo derecho, pienso que, como Él puede estar en todas partes, a la hora de adjudicarme nombre, debía de estar por Murcia, mirando al cielo y refrescándose en algún lago de la Manga. Si alguien se pregunta por los argumentos que me han llevado a esta conclusión, yo le reto a que me responda a la siguiente cuestión: ¿por qué a los de mi especie nos llamáis ¡MUR-CIE-LAGOS! - Salva
Entraron como alimañas. Me libré porque no estaba en la cueva. Les vi descolgarse por el roquedal. Quise avisar a mi familia pero estaban en el mejor sueño y no escucharon mi reclamo. Sólo yo pude escapar, mas nunca me consideré un afortunado sino todo lo contrario. Durante un tiempo vagué asustado y hambriento en busca de un rincón que me ayudara a soportar mi apática vida.
La “fortuna” hizo que una noche la lluvia me empapara hasta los huesos y no pude avanzar. Acurrucado y aterido, esperé bajo la techumbre de un corral. Nadie pasaba por allí, sólo un gato blanco con pintas negras olisqueaba el suelo en mitad de la calle. Mi abuelo acudió al rescate en mi sueño, detrás de su cara asomaba lejana la silueta de un campanario. Pero me despertaron los ladridos terribles de un perro, que acosaba a un gato atigrado con el torso encrespado. Una piedra impactó sobre los bajos metálicos de la puerta de una vivienda y los contendientes se dispersaron. ¡De pronto!, estaba allí, al final de la plaza, el campanario que fluctuaba en mi sueño. Cruce la calle y subí.
Todo cambió la noche que llegaron Ellos. Recuerdo que aquella mañana las mujeres cubrieron con rosas blancas el pedestal de la estatua del obispo y barrieron las losas del suelo de la iglesia, el alboroto me impidió descansar. Por la tarde estuvieron ensayando cantos religiosos hasta que vino el sacristán para dar el toque de <Ánimas> y se retiraron a sus casas.
Fue entonces cuando me percaté de que una neblina azul brotaba en los últimos peldaños que llegaban al campanario y poco a poco se apoderó de mí un estado de laxitud y paz que no había sentido jamás.
Con mucho sigilo bajé hasta el coro y permanecí escondido tras la pétrea baranda. Un suave murmullo de voces provenía de abajo, me asomé y descubrí a tres personas vestidas con túnicas blancas, fue como un latigazo de sorpresa:¡Sus rostros eran los de la imágenes que había por detrás del altar!, el obispo, el barbudo del bastón y la mujer hermosa. Tuve que pellizcarme para dar crédito a lo que estaba viendo y cuando me disponía a quitarme de en medio escuché una voz que decía:
- ¡Ven criatura de las tinieblas, no temas!- contuve la respiración, sospeché que me observaban - ¡Somos mensajeros de la paz!- dijo una cálida voz femenina. Volví a asomarme y el barbudo del bastón comentó: nuestra espera será infructuosa esta noche.
Huí escaleras arriba y me escondí. Debí de caer dormido como fulminado por los efectos de un poderoso narcótico, pues recuerdo que desperté sobresaltado por las explosiones de los cohetes y el sonido del tambor. Salí con mucha cautela para no ser visto y me oculté en un pajar cercano, intuía que toda aquella algarabía era el preludio de un día ajetreado. Más tarde, desde el henil, pude ver los pendones que precedían la imagen del obispo en devota procesión por las calles del pueblo.
Otro día sacaron al barbudo y lo llevaron por el campo; después los muchachos corrían por los caminos batiendo tarabillas, cascabeles y cencerros.
Y cuando los cerezos se vistieron de blanco y los campos se cubrieron con la alfombra de la nueva cosecha, pasearon a la mujer bella, con su vestido blanco de greca dorada. La gente cantaba a su paso y en los balcones le mostraban telas con primorosos bordados.
Hoy, cuando ha pasado un año desde aquella noche, estoy nervioso porque de nuevo han vuelto las mujeres con sus cánticos y flores. Por una parte, lo confieso, tengo miedo; por otra, aquel estado de placidez me gustaría sentirlo de nuevo. ¿Será eso el llamado cielo que tanto menciona el cura en la misa?
Cae la tarde y presiento que vamos a tener una de las noches más frías del año. ¿Qué es ese ruido que surge del tejado? ¡Está granizando! ¡Son grandes como garbanzos! La cornisa ya blanquea y pronto estará así el resto del tejado, aunque parece que amaina. ¡Sí, ahora es nieve!
Desde aquí arriba diviso perfectamente como se va cubriendo el campo, observo el bamboleo que se produce en el ramaje del nogal tras el impulso de los tordos al iniciar el vuelo rumbo a la torre. Eso quiere decir que tendré compañía y que habrá más de una disputa por acomodarse. Pero no se acercarán a mi... igual que otras veces, dejarán espacio a mi alrededor, como si fuera el ser más apestoso de la tierra. Y lo comprendo, porque no soy feo, sino horrendo. Además, cargo con la cruz de viejas leyendas, forjadas por las musas de infaustos narradores y poetas, quienes en sus fantasías crearon la siniestra etiqueta que nada tiene que ver con mi verdadera existencia. ¡Qué sabrán ellos de mí! ¿Acaso soy el responsable de que el “Creador” me hiciese así?
Los muchachos empujan bolas de nieve por la calle principal, ¡vaya jaleo que están formando los tordos que llegan a la techumbre de la sacristía! ¿Vendrán Ellos esta noche?. Ese perro negro que cruza bajo la farola huye del prado y busca el calor de la cuadra. Los muchachos han creado un monigote tan alto como un caballo en el centro de la plaza. Le han puesto un sombrero viejo y una bufanda, y ríen calle arriba mientras se calientan las manos debajo de las axilas.
El viento está inquieto. ¿Será por Ellos? Fui un cobarde al no acercarme, me venció el miedo al rechazo, la misma cruz de siempre.
Esta escalera está llena de telarañas y plumas que revolotean inquietas cerca de la nariz.
- ¡No puede ser!, ¡ya están ahí!, ¡quién es el joven desgreñado que les acompaña! …Vaya modales, acostado en el banco con esas botas de soldado tiradas por el suelo.
- ¡Jesús! ¿Cómo puedes llegar de esta manera? menos mal que no está tu Padre- reprochó la mujer.
- ¡Mamá, no me rayes!- protestó el tal Jesús.
- ¡Pobres familias... esta juventud se les va de las manos! –refunfuñó el obispo.
- Es el resultado del consumismo exacerbado, creado por el afán de riqueza y poder de unos cuantos que perdieron el rumbo de los buenos principios y ven al resto de la humanidad como una masa aborregada. Embajadores del diablo, me atrevería decir, carentes de rostro popular, escudados en el anonimato de la gran banca y las multinacionales... ¡pobres ignorantes! obnubilados por un poder tan efímero como la vida del resto de los mortales–enfatizó Antón.
- ¡Eso no es del todo cierto, cada uno es muy libre para elegir su camino!- replicó Jesús.
- Bonitas palabras, no se corresponden con tu aspecto.-advirtió la mujer.
- ¡Mamá! ...perdí el control, me fui de litrona a la era y compartí un caldo purpúreo y ahora todo se mueve: ¡giran los arcos y el techo viene y va!, ¡mi cabeza está a punto de estallar! se quejó Jesús.
Así, raptando sobre las losas, cruzaré hasta la pila bautismal ¡qué frío está el suelo!, ¡por qué se callan!, ¿Me habrán descubierto? … miran hacia aquí.
-¡Joven de la penumbra!, ¿a quién esperas?- preguntó el barbudo.
Qué hago, voy o me quedo, mis piernas están temblando,¡que pánico!.
- ¡Eh, colega, van de buen rollo! ¡Sal de ahí! Ese sitio es de mi tocayo Jesús, el paisano al que llevaron a una guerra que nunca fue suya- dijo Jesús.
Avanzo por el pasillo central, caminando sobre la alfombra roja que llega hasta el altar. Me miran con curiosidad y sonríen. La mujer bella extiende su mano y me indica el lugar donde debo situarme. Me da la impresión de que mi fealdad no les incomoda.
-¿Sabes que tu abuelo también vivió en el campanario? -comentó el obispo
- Sí- dije azorado- hasta que conoció a mi abuela y se fueron al río, me lo contó muchas veces.
- ¿Puedo acariciarte?- me preguntó la mujer, retirando el velo que le tapaba el cabello y mirándome con unos ojos almendrados que me hicieron sonrojar. Puso su mano sobre mi espalda y me dijo: Soy María, la ciudadana del mundo, madre de todas las criaturas y sabes muy bien que no hay nada más puro que el amor maternal.
Jesús se acercó descalzo con las botas colgando del hombro, luego tomó impulso y se sentó encima del altar.” ¡Que pasota es este Jesús!” Pensé.
- ¡Hola! Me llaman Antón- dijo el barbudo- aunque mi verdadero nombre es Antonio Abad, yo también sufrí el desprecio de mis semejantes, tal vez por eso tuve un profundo cariño a los animales.
- Yo soy Blas, el sanador de gargantas, ya ves que paradoja, a mi me decapitaron. Ahora que nos conoces puedo preguntarte sobre algo que nos preocupa.¿Cuánto tiempo hace que vives en esta iglesia?- preguntó a quemarropa el obispo
- Dos inviernos y tres veranos.
- ¡Venga Blas, no seas tan diplomático y vamos al grano!, ¡déjame a mí!- pidió Jesús- A ver, campeón, dinos qué pasa, ¿porqué viene ahora menos gente a la iglesia?
- No sé…-respondí un tanto aturdido por el tercer grado al que me estaban sometiendo- marchan a las ciudades; he oído decir que hay más comodidades.
- Sí, no saben que allí acecha el peligro más que en ninguna otra parte.-áfirmó Jesús.
- Los jóvenes marcharon y el campo quedó abandonado- me atreví a decir- mi abuelo me contaba que antes eran más felices sin tantos adelantos, que también existían las ciudades, pero que sólo marchaban del pueblo los indianos y aquellos que carecían de trabajo. Además, no hace mucho tiempo, vuestros representantes, ante la escasez de vocaciones, se vieron en la necesidad de variar los horarios y suprimieron las misas que se realizaban los domingos por la mañana- se miraron arqueando las cejas en gesto de sorpresa, yo proseguí, estaba decidido- según los comentarios que escuché, el cambio produjo un cierto desencanto entre los parroquianos.
- Es posible que con los años me haya vuelto más nostálgico; aquellos tiempos en los que no cabía en este templo ni un solo feligrés más. Cómo se deteriora todo…- suspiró Blas.
-Entonces llegábamos a media tarde- recordó Antón- para ver los partidos de pelota. Me gustaba la pareja que formaban Pedro y Mariano, después Felicísimo y Manolo.
- Yo prefería oír cantar a Paco -intervino María- aquel timbre grave que tenía en su voz conseguía emocionarme; pero Fidela era mi debilidad, y no lo digo por corporativismo femenino; más que cantar trinaba, era una delicia escucharla. ¡Qué pena que tanto talento se perdiera en el anonimato rural!
- Estos nombres que ahora mencionáis son recordados frecuentemente- les dije.
- Si supieras lo felices que son al otro lado, donde no existe el tiempo -me dijo María sonriendo- … Y no te preocupes, tú también lo serás en su momento.
En ese instante se escucharon voces al otro lado de la puerta de la calle. Ellos sonrieron sin aparentar sorpresa. Luego Blas colgó una gargantilla blanca alrededor de mi cuello. Antón me abrazó. Jesús estrechó mi mano y me dio una colleja, como el amigo que nunca tuve. María apretándome en su regazo me besó, ¡no le produje asco! Sin ninguna duda, en ese momento, fui el ser más afortunado de la tierra. Yo estaba aturdido y miraba fijamente hacia la puerta porque no quería que la noche terminara.
La luz del nuevo día ya se filtraba por entre las rendijas de la puerta interior. Oí los cascos de una caballería cruzando la plaza y la voz de Genoveva, la guardiana de la iglesia “No creo que tenga mucha sed a esta hora tan temprana”. Luego sonó nítido un tintineo de llaves y percutió la aldaba de la puerta. Me giré para avisarles… pero ya no estaban. Los goznes chirriaron y marché presuroso al campanario.
Los tordos se alarmaron con mi regreso y salieron en desbandada hacia el nogal. Ya no me importaba su desprecio, allá ellos y sus miedos. Me sentí un privilegiado, convencido de haber estado en el cielo aquella fría madrugada. Me aceptaron porque sabían que yo era algo más que un cuerpo imperfecto. Y lloré con lágrimas nuevas, sin ser producidas por el dolor y la impotencia del día de la cueva.
Miré hacia el Teso de la Cruz y observé que el sol se elevaba sobre el cementerio, como si su luz fuera el primer tributo a los antepasados.
Ahora, vuelvo a estar solo y, tras muchas cavilaciones sobre mi confusa existencia, he llegado a pensar que, el Supremo Hacedor quiso cambiarme, o tuvo un desliz cuando me estaba creando. Tal vez le pilló en pleno trance de pasar de un lado a otro, entre lo divino y lo humano. En un principio, quiso que fuera un pájaro y me dio alas pero se le olvidó el pico. Después me dio dientes y no unos ojos almendrados que me permitieran disfrutar de la hermosura que puede contemplarse con la luz del día.
En definitiva, soy una chapuza divina que vive en la noche para ocultar un error. Y puesto a elucubrar, que también tengo derecho, pienso que, como Él puede estar en todas partes, a la hora de adjudicarme nombre, debía de estar por Murcia, mirando al cielo y refrescándose en algún lago de la Manga. Si alguien se pregunta por los argumentos que me han llevado a esta conclusión, yo le reto a que me responda a la siguiente cuestión: ¿por qué a los de mi especie nos llamáis ¡MUR-CIE-LAGOS! - Salva
5 comentarios:
Este relato surgió un día de verano cuando fui con mi madre a la iglesia de Corporario para hacer unas fotografías. Mi madre comenzó a contarme historias sobre aquella figura que era una talla de madera. La otra que la regaló fulano o mengano etc. Y Pensé: "Si estas imágenes pudiesen hablar,que han tenido el privilegio de convivir con varias generaciones, cuantas cosas podrían conrtarme" Y ahí, senti el pellizco que dicen los flamencos, el duende o eso que abre la puerta inmensa de la creatividad. Esa misma noche en la Zarza comencé a escribir. Al mismo tiempo, es un pequeño homenaje representativo a los nombres y virtudes de los personajes que menciona el narrador y de un modo lacerante e inolvidable al recuerdo de mi padre, que en la gloria esté. Salva
Tu mente, Salva, es un manantial, donde nada más escarbar un poquito, sale "agua" a borbotones como para hacer correr los regatos de nuestras tierras tan secos en épocas. Tu "agua" riega nuestra página. Vuestros blogs son arroyos de sabiduría que discurren por nuestra Zarza virtual. Si pudiéramos travasar algo a la Zarza real...
También para tí y familia
¡¡FELIZ NAVIDAD!!
-Manolo-
Por un error de campo, el comentario destinado a este inquilino, lo coloqué en “ Nuestra alianza” Lo importante para el autor, es que ya lo sabe. Ahora, lo importante para los usuarios es que: como ese relato es de octubre, ustedes no se hayan dado cuenta de mi Felicitación Navideña para los amigos que os asomáis a ente BLOG.
NiCo.
Gracias NICO, por tus buenos deseos, para los que se asoman a este blog. (Como soy uno ellos...)
También yo te deseo para tí y tu familia
FELIZ NAVIDAD Y
FELIZ AÑO NUEVO
-Manolo-
Interesante recorrido el de ese viaje en el tiempo.Por cierto,estos marcianos nocturnos son adictos al tabaco,o asi lo creiamos nosotros,ya que un dia en la escuela atrapamos uno y al pobre no lo dejamos tranquilo hasta que tomó unas caladas del pitillo que le metiamos a la fuerza en la boca .Trastadas de crios,claro. Félix
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