Callos con garbanzos |
SASA en el balcón del Mediterráneo |
SASA en la Rambla de Tarragona |
El abuelo, BIEL y NACHO |
Se está convirtiendo como habitual,
en estos últimos años, que suceda algo inesperado el día, o la víspera, de mi
cumpleaños. No creo en supersticiones, ni casualidades, ni en brujas, aunque
digan que haberlas, las hay…
En mi blog “Mi rincón literario
Salva”, hay una cita fija que dice: escribir es desnudar el alma con
palabras. Y hay mucho de cierto en esa afirmación, porque nada resulta más
fácil que escribir sobre las vivencias propias. ¿Con qué finalidad?, primero,
por el placer de lograr plasmar algo ameno de manera sencilla y clara, y
segundo, por empatizar con situaciones parecidas y sufridas por el lector. Pero
vayamos al meollo del relato.
La semana anterior finiquitó bien participando en un torneo de frontenis
(Es una excusa para lo que vino después. Debajo de la cancha disponemos de una
barbacoa entre pinos con mesas como las que hay en las áreas de descanso en las
autopistas) Allí, a media mañana, el señor Marcos y el señor Manrique, nos
ofrecieron callos con garbanzos. Da igual quien ganó o perdió, pues se trataba
de juntarnos esa mañana de sábado.
El lunes tuve mis dudas si acudir a jugar (comenzamos a las ocho de la
mañana y rematamos pasadas las diez), al día siguiente era mi cumpleaños y los
antecedentes no eran nada halagüeños, pero qué carajo, por qué no. Y fui. Se
respiraba ambiente festivo y jovial en la cancha y se prodigaban las alusiones
al almuerzo de los callos. Ya inmerso en
el partido, en una de las jugadas que he de restar, la pelota sale hacia la
contracancha y corro a tope y ahí vino el sablazo con un pinchazo muy doloroso
en la parte trasera del muslo izquierdo. Trato de aguantar, pero no puedo
seguir. Dentro del grupo tenemos un masajista que me proporciona un gel. Noto
la frialdad al aplicarlo, pero es momentáneo, después de la ducha sigue el
dolor y me preocupa, pero confío en mi cuerpo.
Subo a nuestra parcela porque tenemos comida familiar, al terminar
intento descansar en el sofá y no era capaz de extender mi cuerpo, mientras
permanecía sentado y buscaba la manera de poder acostarme. Una vez logrado,
trato de alcanzar con el pie derecho un cojín y me apuntilla un calambre
paralizante. Por mi cabeza pasa el llamar a los que están afuera, me parece un
poco ridículo y con mucha cautela desisto de la siestecita porque en esa
posición los calambres son más frecuentes. Permanezco sentado en la penumbra
del comedor.
A media tarde, me acerco a tirar la basura a unos contenedores que están
a unos cien metros de nuestra parcela. Al regresar, la calle está desierta y
digo: “Voy a probar si puedo correr” lo intento y siento que mi trasero se va
para abajo en cuanto apoyo la pierna izquierda. Desisto.
Llega la hora de volver a casa, me acomodo como puedo en el coche y
cuando pulso la llave el coche no arranca. La batería claudicó. Las sillas de
los nenes en el coche de mi hija impiden que me puedan bajar y no me queda otra
que hacerlo con la moto. Ahí, la realidad me hace comprender lo indefensos que
somos y la poca importancia que, al menos yo, le damos a una buena salud. Al
día siguiente celebramos mi cumpleaños y todo lo pasado lo di por bueno cuando
mis nietos entraron en casa, ellos soplaron las velas, entienden que era su
fiesta. Y como si ellos hubieran comprado los regalos, me los fueron
entregando. Al atardecer se marcharon y reinó la calma.
Esta vez no caí en ningún estanque, tampoco tragué diente alguno, ni
partí las gafas contra alguna farola. Esta vez, ese ángel de la guarda que me
protege, me recordó que los abuelos son solo abuelos por mucho que intenten
esquivarlo. Habrá que tomar nota como una lección de vida.
Y esto es más o menos lo que
sucedió para que quede en mi recuerdo el día que cumplí 67 años.
1 comentario:
¡Qué bonitas fotos para el recuerdo! Para el álbum de esas vidas que empiezan...
No le des vueltas, Salva: El mejor bálsamo para tus lesiones rodearte de tus nietos.
-Manolo-
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