La frase del dia

29 octubre 2022

La noche de difuntos




El cuerpo me pide compartir con vosotros las sensaciones de este día en un tiempo viejo. Haremos inmersión en el rincón de los recuerdos, cada vez más añejos, y ahí volverán las secuencias de aquella noche revestida con la magia de las palabras.

Ese día, de los difuntos, era frecuente ver el peregrinaje que salía del pueblo a media mañana con rumbo al cementerio.

Las mujeres caminaban con sus faldones negros y algunas flores en la mano.

Los hombres con su boina y los aperos idóneos para desbrozar las sepulturas. Luego, ellos, proseguían con las tareas del campo, o bien, con el ganado. 

Al caer la tarde, regresaban los del campo hacia sus casas cuando el manto negro de la noche cubría el pueblo. El humo de las chimeneas vomitaba tirabuzones hacia la negrura, mientras los lugareños, farol en mano, atendían a la hacienda en cuadras y corrales como última obligación del dia. La noche traía ya el frío del tiempo de matanzas y la campana tañia igual que los días de entierro.

En algunos hogares, el padre volteaba el tostador de castañas con la mirada fija en la llama y el recuerdo presente de los familiares que nunca tendrían regreso.

En otras casas, una moza con las piernas protegidas por periódicos (cual si fuera un portero de hockey, para que no le salieran "cabrillas" en las piernas), mostraba su destreza impulsando el tostador para darle tono canela en ambas caras de las castañas.

El pueblo era oscuro y el alumbrado vigoroso y alegre del verano se tornaba alicaído y tenebroso a medida que avanzaba la noche.

Nadie caminaba en las calles y el silencio de los recuerdos se instalaba en los hogares.

Sonaba la esquila del enterrador y aquello era terrible en la mente de un niño. 

Batiendo su esquila por las calles, sin más compañía que la de algún perro curioso y juguetón, se dejaba ver el tío Antonio “el Píricu” el enterrador, con su chaleco y sombrero de pistolero y la barba de varios días.

En lo alto de la torre, asomaban, entre las ventanas del campanario, las crestas de una hoguera avivada por los mozos. Sobre las brasas, cubierto de ceniza, se escondía un chorizo regado en vino. La juerga continuaba y las risas se sucedían cuando el gracioso de la cuadrilla se hacía con un murciélago y lo "obligaba" a fumar.

Al día siguiente, las tumbas estaban en su máxima pulcritud, y un muestrario de flores adornaba el camposanto. Y así era la víspera de todos los santos allá en Corporario por los sesenta.


2 comentarios:

Manuel dijo...

Buen relato que nos transporta a aquellas noches de DING, DONG de las campanas y castañas asadas. A los más pequeños nos acongojaba...

Anónimo dijo...

Me parece un relato muy interesante. Así era en realidad. Cuantos recuerdos..... Gracias Amparo por subirlo. 👍