in memorian, Dolores Martín.
La conocí una de aquellas tardes de verano
cuando se sentaba sobre unos cartones encima de la acera de la casa de mi
suegra Otilia. Allí acudían puntuales a la tertulia varias vecinas de edad
parecida, Teresa Martín, Aurelia, Josefa, Eulalia, Eloina, María, (que siempre llegaba
acompañada por Miguel, que gran hombre), Otilia y Dolores. Era para mí casi una
obligación controlar el horario de la siesta para bajar a escuchar tanta
experiencia y sabiduría. Y las veces que, por la razón que fuera, no llegaba a
tiempo y al salir encontraba la acera vacía, sufría un íntimo reproche porque
sabía que ya no podría recuperar algo para mi muy grande y aleccionador.
Las primeras veces que escuché hablar a
Dolores me sorprendió gratamente. Esa calma con la que participaba en la
conversación, el vocabulario que ofrecía y la claridad con que exponía sus
ideas, hizo que le prestara especial atención.
Atención que aumentó cuando la vi delante
del altar en los festivales de verano que se realizan dentro de la iglesia. Si
no recuerdo mal, en sus paseos por los caminos circundantes al pueblo, había
encontrado fragmentos de un poema que hablaba sobre el respeto, lo restauró y
recitó con el mismo aplomo e idéntica claridad que cuando se acomodaba en la
acera con sus amigas. Podría decir que visitarla y escuchar sus sabias palabras
era un motivo añadido para ir al pueblo.
“¿Qué
haces Dolores?” le preguntaba yo cuando ya sus fuerzas la impedían pasear como
antes y permanecía sentada siempre con un libro sobre el regazo.
“Disfrutar
de lo disfrutado” respondía ella, dejando patente un optimismo inagotable,
pues, cuando las facultades acortan los caminos hacia la felicidad, es de ser
muy inteligente encontrar senderos, que camuflan la realidad, amparándose en
los recuerdos de los buenos tiempos.
Dolores era una de esas personas a las que
más deseaba yo entregarle un ejemplar de LLUVIA DE CARAMELOS, pues me ayudó con
su sincera experiencia juvenil del mundo de la siega. Y de algún modo, un poco
con sano egoísmo por mi parte, me congratula el hecho de que fuera la Lola de
la novela, porque ella se sentía importante y yo encantado de que así fuera.
Y concluyo esta entrada manifestando que,
aunque no fuera de mi familia, siento por su ausencia la misma pena como si así
fuera. La imagino allí arriba con esa sonrisa de aceptación, la misma con que
afrontó todo en su vida, satisfecha de su existencia terrenal, disfrutando de
la gloria bien merecida y de la alegría al volver a encontrarse con sus
compañeras de tertulia hasta la eternidad.
2 comentarios:
Que bonito homenaje a nuestra querida Dolores...describes muy bien como era, dulce y cariñosa, yo tambien voy a extrañarla mucho, todos los dias pasaba por mi puerta con su andador y cuando descansaba sacaba sus libros y leia, tus libros se los sabia de memoria y volvia a leerlos.
Me sorprendia lo positiva que era, agradecida a la vida.
Descanse en paz Dolores !!
Se nos van marchando los mayores de nuestro pueblecito y con ellos su historia, la nuestra. Gracias a relatos, escritos, novelas, imágenes de todos ellos, no se marcharán del todo, quedarán sus vivos recuerdos de muchos de ellos, como los de Dolores en:
Zarceños en el Recuerdo, concretamente leyendo tu novela, Salva, en uno de los vídeos.
-Manolo-
Publicar un comentario