Cuando
visitamos un país extranjero solemos tener una idea preconcebida del lugar y después comprobamos que nada tiene que ver
con lo que pensábamos.
¡Rusia! En mi época
escolar era algo así como el tenedor del diablo; la hoz y el martillo, ¡Qué
horror! Si lo comparábamos con el imperioso retrato del Caudillo y su bigote afilado.
El comunismo de la hoz y martillo, como los que guardábamos en el corral. Y la
televisión nos amaestraba con imágenes de rusos vestidos con ropas oscuras e iguales y grandes gorros caminando entre calles nevadas. Vaya santa trola que nos
endosaban, pienso yo. Aunque también pudiera ser que para
conseguir tanto lujo el pueblo llano
sufriera las calamidades del documental.
La noche del viaje, cuando despegamos de
Barcelona, vi a través de la ventanilla del avión el corte de uña que formaba
la luna cuando eran poco más de las once y media. A medida que pasaba la noche
la luna iba ganando tamaño hasta superar medio queso.
Cuatro
horas más tarde era de día cuando aterrizábamos en Moscú. Allí tienen una hora
de adelanto, si no me equivoco, con respecto a nosotros. En el exterior del aeropuerto tiraba el
aire fresco que era bien recibido por el grupo de españoles antes de subir al
autobús. Realizamos una visita, que llaman panorámica, por la ciudad. Es muy
plana y grande, suficiente para dar cabida a más de doce millones de
habitantes.
Tiempo atrás visité Rumanía y allí vi que
los edificios de los barrios comunistas eran austeros y simples. ¡Vaya
contraste! Edificios de hasta veinticinco plantas se levantaban por las
avenidas. La guía iba respondiendo a las preguntas de los viajeros. “El sueldo
medio nuestro es de ochocientos euros en la ciudad, la gente del campo anda por
los trescientos” comentó una de las veces.
Sin embargo, los coches que nos adelantaban
contradecían esas afirmaciones. En los edificios predominaba el estilo
neoclásico. Vi esculturas de más de tres metros que custodiaban la puerta unas
veces y otras parecían sujetar con las manos todo el edificio. El río Moscova cruza la ciudad en paralelo a un canal.
Suntuosos palacios ocres y azules deleitaban la vista. Y las catedrales con sus
cúpulas doradas sobresalían en la planicie de la ciudad. (En las fotografías añadiré algún comentario)
Nuestro hotel, moderno y limpio, estaba en
el centro, pero el centro es muy grande. Distaba a veinte minutos de la Plaza
Roja (roja=hermosa). En algunas tiendas aceptaban los pagos en euros, aunque
preferían el pago con tarjeta y si era en rublos mejor. Un euro equivale a
sesenta rublos. Y los precios son
similares a los que tenemos en España. Una botella de agua de cuarto de litro valía euro y medio en el restaurante.
Sobre
las diez se hizo de noche, pero a las cuatro entraba la claridad por las
rendijas de la cortina. Comprobé que las calles estaban limpias. Los parques no
parecían tal cosa, sino campos de golf con árboles gigantes. Dibujos
geométricos con flores coloreadas adornaban los márgenes de las fuentes. Mucha
seguridad, hombres armario vigilaban discretamente parkins, hoteles y
edificios.
Paseamos por la Plaza Roja y un gentío de turistas disparaba sus
cámaras mientras las parejas se hacían selfis
dejando a su espalda la catedral de San Basilio y el Kremlin. El tiempo fue
escaso para visitar las galerías comerciales de tres plantas bajo una bóveda
acristalada, con tiendas de marca, restaurantes y muchas flores decorando todo
el conjunto.
En uno de los paseos supimos que Putin
estaba trabajando en su despacho porque estaba izada la bandera de su palacio. Sería
muy largo enumerar los palacios y catedrales que visitamos. Observé que en las catedrales no
había bancos para sentarse durante la misa. Ni estatuas, sólo retablos con
pinturas que aluden a pasajes del nuevo testamento. Son muy devotos y sus misas
llenan dos horas. Cuando se santiguan lo hacen igual que nosotros pero hacen un último movimiento tocándose el
muslo…?
Paseamos cerca de la Lubianka, la cárcel de
la KGB. El que entraba allí acababa en los gulag de Siberia.
El metro es un verdadero museo, esculturas
y pinturas decoran las galerías y desde el techo cuelgan lámparas acristaladas.
Se respira civismo y educación en el comportamiento de sus gentes. La lluvia
iba y venía a su antojo y el cielo
asomaba luminoso y al momento la negrura daba fondo a las cúpulas doradas de
las catedrales.
Tres
días después, en hora bien temprana, un tren rápido nos llevó hasta San
Petersburgo. Mis compañeros dormían mientras yo observaba el paso del convoy
por aquellas llanuras verdes y frondosas con bosques de eucaliptos entre copiosas
lagunas. Los pueblos o ciudades estaban muy alejados unos de otros.
San Petersburgo tiene cuatro millones y
medio de habitantes. El río Nevá cruza
la ciudad y cuando se hiela en invierno los rusos patinan por la superficie. El
hotel era tan bueno como el de Moscú.
En
cuanto a la comida, mucha ensaladas rojas, que sabías que había que comerlas
porque estaban en el plato. El pan escaso, de trigo el blanco y negro el de
centeno, que algunos comían embadurnándolo con mantequilla. El aceite brilla
por su ausencia. En los restaurantes la pedíamos para darle un poco de brillo a
las “ensaladas”, pero algunos no tenían, o no quisieron dárnosla. Conseguirla
era un trofeo que iba de mesa en mesa. Y yo me preguntaba: ¿En un clima tan
frío no saben hacer cocidos y no esas sopas pardas con algún trozo de patata
flotando en el caldo? Y pensé en el próspero negocio que sería para un
restaurante ofrecer allí los cocidos castellanos.
Sospecho que la electricidad es barata. La
iluminación de sus puentes y edificios es espectacular.
Terminaré diciendo que, si algún día os
surge la posibilidad de visitar Rusia, no lo dudéis, es una sugerencia que me
permito, pues bien sabéis que no soy quien para dar consejos. Hasta otra.
3 comentarios:
Salva, Trotamundos, Marco Polo, que en algún momento tendrás que escribir detalladamente, como tú sabes, tus crónicas viajeras, que ya van siendo cantidad y variadas.
Cuatro meses han pasado de aquell viaje a Canarias…
Cómo me gustan estos viajes sorpresas, tan cómodos y ligeros de equipaje, por nuestra parte, que nos preparáis en un plis-plas y nosotros, silenciosos, sin molestar apenas, os seguimos a distancia, pero casi igual que vosotros paseando y visitando museos, metro, galerías comerciales, que como se ve en el magnífico reportaje son auténticas maravillas, que la Zarina Angélica nos muestra algunas de ellas.
San Petersburgo, Petrogrado, Leningrado, Stalingrado, ... cuánta historia cambiante, pero ahí sigue en pié en esa ciudad el gran museo del Hermitage.
Dentro de otros cuatro meses, estaremos atentos y preparados, con nuestra ligera maletita, para acompañaros en otro viaje sorpresa, que como sorpresa que es… ¿dónde nos llevaréis?...
-Manolo-
Interesante, interesante, interesante.
Un lujo poder meterse en este viaje a través de un reportaje tan fresquito, tan reciente. Después de su lectura tan bien ilustrada, parece que hemos estado allí.
Cuatro horas de vuelo que, aunque sea de noche también hay mucho que ver.
Un abrazo (Paco)
A tenor de las fotos da la impresión que cuidan mucho los edificios, los parques, todo impoluto y con el gusto por las cosas bien hechas, algunas espectaculares como el metro. Desde luego, esta es otra imagen de la Rusia que nos mostraban en nuestra dictadura, quizás hayan mejorado también mucho ellos desde entonces, aunque está claro que para conocer un país hay que verlo in situ, por dentro, mezclarse con sus gentes, algo que no es lo habitual cuando se hace turismo. Probablemente ellos cuando nos visiten tengan también esa impresión idílica, lo que ocurre es que vivir el dia a dia es otra cosa muy distinta. Aún así la imagen externa es envidiable.
Salva, hablas de los rusos, grandullones y tal, pero ¿y las rusas?. seguro que tan espectaculares como el entorno que nos muestras. Habrá que hacer un viaje.
Ya conozco un poco más de Rusia y, como dicen Manolo y Paco, vamos haciendo turismo con vosotros, con las imágenes y crónicas que nos regalas. Gracias por hacernos partícipes.
Un abrazo.
Félix.
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