La frase del dia

30 enero 2011

La multa que viene y va.

Este no era el auto
Lo que les voy a contar parece una historia surrealista, pero es una absurda realidad con la que a veces nos sorprende la vida.
Siganme: mi familia y yo estamos viviendo una desagradable pesadilla, debido a una multa con la que la Guardia Urbana de Salou sancionó a mi hija porque, según el agente, que iba a pie, el vehículo de mi hija no respetó un semáforo en fase roja, el día 21 de Agosto del 2009 a las 18h 50´. No hay fotos, sólo la extraordinaria visión del agente que cogió a vuela pluma la matrícula de un coche fugaz.
Les aseguró que en ese momento mi hija y su vehículo estaban en Salamanca acompañando a una amiga que celebraba su boda. Y que yo sepa no existe ser humano ni vehículo que tenga el don de la ubicuidad. Tras la sorpresa inicial, acudimos a B.A.S.E. y nos informaron de que había otra sanción por estacionar en un paso de peatones el día 29 de Julio de 2009 a las 12h 15´. Es decir en horario laboral.
Nos presentamos en la oficina con una serie de pruebas bastante concluyentes para deshacer ambos entuertos, y sí, el subispector nos dijo que la del paso de peatones no tenía validez porque no había concordancia en las fechas. Es decir, el vehículo estaba estacionado y se equivocaron. Normal son humanos. El vehículo estaba en un recinto cerrado, con cámaras y guardia de seguridad.
Pueden ustedes marchar tranquilos, nos dijeron en una posterior visita después de que yo tuviese una entrevista con el agente sancionador de las dos "infraciones".
Pasaron las semanas y la multa de la ubicuidad asomó de nuevo como el monstruito de las películas de ficción que nunca muere. Visita de nuevo a la guardia urbana de Salou y la respuesta fue idéntica: No se preocupe usted que esto no prospera. Y eso creí yo.
Pasó el tiempo y apareció de nuevo, esta vez con más contundencia, aparte de la sanción económica traía una criaturita nueva, cuatro puntos de sanción por vía ejecutiva.
Y yo les preguntó: ¿Qué puedo hacer?¿Busco un abogado que me va a cobrar el doble de lo que vale la multa?; ¿No ir nunca a Salou, por si acaso...? ¿Cambiar el coche resultará?. ¿Pago y les demando por lo penal para que restañen todo el perjuicio que nos están ocasionando?
Claro, esto para una persona que jamás ha pisado una comisaría, ni sabe nada de juicios y contenciosos y esas gaitas, me abruma y desborda tanta incompetencia y falta de respeto por una profesión que debía de ser ejemplar.

¿Porqué tengo que perder mi tiempo y cargarme las preocupaciones que me produce su nula colaboración para facilitarme documentos y así intentar deshacer yo el entuerto, pero no, se alían con trabas burocráticas para que dilaten el tiempo y page por aburrimiento, impotencia y hastío. Se equivocan llegaré hasta dónde sea necesario. No les quepa duda.
No puede ser que quien tiene que velar por el orden y el civismo ocupen en mi vida todo lo contrario.
Hoy ya tiene conocimiento el Sindic de Greuges, el director de B.A.S.E. y por supuesto los responsables de esta tropelía.
Espero y confío en la sensatez y cordura de algún responsable que tenga la capacidad de ver y comprender lo que la obcecación, o la desidia, a otros ha impedido ver. Ni "corriendo" como la avioneta se logra la ubicuidad

02 enero 2011

Crónica de un "Viaje"


Como otros años al llegar la navidad mi mujer y yo estudiamos las posibilidades de un nuevo viaje.
Miramos concienzudamente destinos y tarifas. En el horizonte fluctuaba el conflicto de los controladores y el recuerdo de nuestra escala en Roma y la larga espera hasta coger el vuelo a Barcelona.
También recordábamos la salida de Bucares, con el aeropuerto cubierto de nieve y nosotros ya acomodados en el avión con la incertidumbre de saber si despegábamos o no.
Eso fue la parte oscura del viaje, pero todo era poco si se ponía en la balanza lo que habíamos visto y disfrutado.
Paris, la Costa Azul (Niza), Sicilia, Roma, Egipto, Turquía y Rumanía formaban parte ya de los recuerdos.
Este año mi mujer se inclinó por visitar Laponia y casi estaba convencido para disfrutar del fin de año en aquellas latitudes, sin embargo, el frío que íbamos a encontrar, las obligaciones laborales (No era inconveniente porque tengo unos compañeros que cubrían mi guardia sin ningún problema, pero quién soy yo para fastidiarles las fiestas que quieren disfrutar con absoluta tranquilidad)
Por tanto, el conjunto de circunstancias se alió para que declináramos la posibilidad de salir al extranjero.
No pasa absolutamente nada, aún me quedan varios días pendientes de mis vacaciones que cuando el tiempo mejore nos proporcionarán diferentes alternativas y con las tarifas más asequibles.
De todos modos hubo viaje, no vi montañas nevadas, pero sí muchas estrellitas, te cuento: en el equipo donde juego al frontón y tras una iniciativa de la que soy culpable, acordamos que ahora en invierno iríamos a jugar a partir de la salida del trabajo. El jueves pasado para bajar los turrones y otros excesos propios de estas fiestas decidimos acudir al frontón a las seis de la tarde.
Las parejas eran equilibradas. Mi amigo Nicolás y yo nos batimos contra otros dos amigos, Perroni y Emilio.
Es un placer jugar con la luminaria que tenemos. Hay un contador de luz que se alimenta con una ficha de cuatro euros y los focos permanecen encendidos durante una hora. Antes de apagarse parpadea un piloto rojo que indica el final del plazo. Introduces otra moneda y a seguir sudando y disfrutando.
Ganaron el primer partido. El segundo lo ganamos nosotros y para disputar el tercero optamos por cruzar las parejas, es decir, Emilio y yo contra Nico y Perroni.
Ahí estábamos dale que te pego, ¡tuya!, ¡mía!, en pleno fragor, disfrutando a tope y con unas carreras que alejaban el frío.
¡De pronto! arrastrado por el pique y la provocación que yo le estaba ofreciendo (igual que siempre en el sentido más sano de la expresión, porque un partido sin tensión es aburrido y monótono), el amigo Nico, que estaba a poco menos de dos metros por detrás de mi, quiso ajustar tanto para sorprendernos por lo bajo que su bola vino como un obús y se me clavó en el ojo.
El dolor era insufrible, juré en arameo y recordé a un compañero que dos años atrás perdió el ojo en una jugada similar.
Me tapé la cara y aguanté, pidiendo a mis compañeros que me dejaran en paz, una vez el dolor aminoró, retiré la mano que me tapaba el ojo dañado y les dije: “No pasa nada, estoy bien, podemos seguir”. Entonces ellos vieron que salía un poco de sangre y me lavaron el ojo con agua muy fría.
“Es mejor que vayamos al hospital, puedes tener daño dentro” Me tapé el ojo bueno y la cancha parecía que se había llenado de humo. Comencé a preocuparme.
Lo demás ya lo podéis imaginar. El agresor me acompañó al hospital, me pidió encarecidamente perdón, no hacía falta porque fue un percance sin intención de causar daño. Espera en la sala de urgencias, llamada a la familia para tranquilizar, que no sirvió de nada porque acudieron al hospital.
Serían las once y media de la noche cuando llegué a casa con el ojo amoratado y gordito.
Mi hija mayor Laura me dijo: “Es hora de que te lo pienses, siempre vienes rascado”. Son gajes del oficio, respondí y añadí: “A partir de ahora me pondré siempre las gafas”.
Seguiremos jugando y disfrutando porque una flor no hace verano. Es evidente que este viaje no ha proporcionado fotos, cuya foto del hecho quedaría bien para ilustrar cualquier archivo de violencia de genero con el ojo amoratado, que no es el caso. Salva