Ahora bien, mi verdadero nombre no se diferencia mucho del que tienen las setas, algún jarabe o cualquier mariposa, incluso hasta el de los árboles suena igual; ejemplos tan dispares que tienen su origen en el latín. Para los eruditos soy Corvus-Albus, o lo que es lo mismo en lenguaje cotidiano: Cuervo blanco, mas vosotros me diríais cueva blanca.
Por decirlo de algún modo, soy emigrante, aunque esa definición no es correcta, ciudadana del mundo quedaría mejor, pues no conozco fronteras, ¡claro está! hasta que vine aquí.
Nací en el África, en la zona de Cabo Verde y, como en el cuento de Oscar Wilde “EL PRINCIPE FELIZ”, donde una golondrina se enamoró de un junco, a mí me sucedió algo parecido: ¡me enamoré del viento! Ya verás que el amor viene y va en mi vida como ese viento que fue mi amor primero.
Nací en el África, en la zona de Cabo Verde y, como en el cuento de Oscar Wilde “EL PRINCIPE FELIZ”, donde una golondrina se enamoró de un junco, a mí me sucedió algo parecido: ¡me enamoré del viento! Ya verás que el amor viene y va en mi vida como ese viento que fue mi amor primero.
Descubrí su fuerza y cruzamos felices la selva y los desiertos. Nos acurrucábamos durante las noches quietas en la sabana. Todo aquello colmaba mis más recónditas ansias de felicidad y pensé que sería así hasta el final. Al llegar a la costa su aptitud viró de un modo inesperado hacia el mal, se tornó violento y zarandeaba furioso los barcos que encontrábamos en alta mar. ¡Qué quieres que te diga!: para mi fue un duro desengaño. Tuve que abandonarle una tarde cuando sacó a flote toda su violencia enzarzado en una trifulca con las olas.
No muy lejos vi un carguero. Las gaviotas me recibieron celosas pero las ignoré. La tripulación ni se inmutó con mi presencia, continuaban con sus tareas rutinarias y tuve la impresión de que no les preocupaba nada más.
Un amanecer el carguero atracó en las dársenas del puerto de Barcelona, continué de polizonte, pero a la tercera noche me capturaron por sorpresa.
Cruce la ciudad en un furgón y fue horrendo escuchar la jauría de ruidos desagradables que se produjeron durante el trayecto. Por fortuna tardamos poco en llegar a mi nueva morada, un parque con el cielo tramposo, mutilado con redes casi invisibles que impedían mi libertad una y otra vez.
Pasaron varias semanas, algunos días me llevaban a una sala donde medían mi cuerpo. Supuse que me harían un traje de pelo como el de los chicos feos de dientes prominentes que sonreían colgados de los árboles, pero no, no hubo ningún vestido, sino una pulsera verde que gustaba al personal por el modo en que la miraban y tocaban.
Definitivamente aquel lugar no era para mí, y una mañana que mis guardianes se confiaron mientras me hacían fotografías, vi una ventana abierta y no lo pensé. Escuché sus voces de alarma, mas yo deseaba con todas mis fuerzas llegar hasta el silencio del desierto y a mis aldeas africanas. Bordeé la costa en busca de algún carguero y fue en plena fuga cuando lo descubrí: un pino altanero se mantenía desafiante mirando al mar en un precioso acantilado.
Con él conviví varias semanas, dijo que estaba cansado, que todos sus compañeros habían sucumbido a los cantos de las olas y la arrolladora música del oleaje. Era evidente, a su lado, se postraban humillados todos los árboles del bosque.
Una noche de verano descansaba yo recostada sobre su tronco cuando se desencadenó una cruenta batalla en el firmamento. Rayos y truenos resquebrajaban el suelo y en pleno fragor mi pino valiente fue cercenado y engullido por la voraz marea.
Me alejé de allí y descubrí una ciudad. Observé que había ruinas de viejos antepasados y me dije: Si los sabios la eligieron como asentamiento fue porque les pareció un lugar hermoso dónde habitar. Y me quedé.
No tardó mucho en volver el desencanto que últimamente me acompañaba como una sombra de mi existencia. Cerca de allí se elevaban en medio de los avellanos y a la vera de un río muerto unas chimeneas gigantes que vomitaban un humo negro y pestilente.
Busqué refugio en la parte más alta de la ciudad, sobre una colina en la que destacaba un moderno edificio acristalado.
En un principio creí que moraba en su interior alguna hermana que disfrutaba burlándose de mí. Siempre estaba en la puerta del ascensor, si yo me acercaba, ella hacía lo propio, me alejaba y, al girarme, ella hacía lo mismo.
No muy lejos vi un carguero. Las gaviotas me recibieron celosas pero las ignoré. La tripulación ni se inmutó con mi presencia, continuaban con sus tareas rutinarias y tuve la impresión de que no les preocupaba nada más.
Un amanecer el carguero atracó en las dársenas del puerto de Barcelona, continué de polizonte, pero a la tercera noche me capturaron por sorpresa.
Cruce la ciudad en un furgón y fue horrendo escuchar la jauría de ruidos desagradables que se produjeron durante el trayecto. Por fortuna tardamos poco en llegar a mi nueva morada, un parque con el cielo tramposo, mutilado con redes casi invisibles que impedían mi libertad una y otra vez.
Pasaron varias semanas, algunos días me llevaban a una sala donde medían mi cuerpo. Supuse que me harían un traje de pelo como el de los chicos feos de dientes prominentes que sonreían colgados de los árboles, pero no, no hubo ningún vestido, sino una pulsera verde que gustaba al personal por el modo en que la miraban y tocaban.
Definitivamente aquel lugar no era para mí, y una mañana que mis guardianes se confiaron mientras me hacían fotografías, vi una ventana abierta y no lo pensé. Escuché sus voces de alarma, mas yo deseaba con todas mis fuerzas llegar hasta el silencio del desierto y a mis aldeas africanas. Bordeé la costa en busca de algún carguero y fue en plena fuga cuando lo descubrí: un pino altanero se mantenía desafiante mirando al mar en un precioso acantilado.
Con él conviví varias semanas, dijo que estaba cansado, que todos sus compañeros habían sucumbido a los cantos de las olas y la arrolladora música del oleaje. Era evidente, a su lado, se postraban humillados todos los árboles del bosque.
Una noche de verano descansaba yo recostada sobre su tronco cuando se desencadenó una cruenta batalla en el firmamento. Rayos y truenos resquebrajaban el suelo y en pleno fragor mi pino valiente fue cercenado y engullido por la voraz marea.
Me alejé de allí y descubrí una ciudad. Observé que había ruinas de viejos antepasados y me dije: Si los sabios la eligieron como asentamiento fue porque les pareció un lugar hermoso dónde habitar. Y me quedé.
No tardó mucho en volver el desencanto que últimamente me acompañaba como una sombra de mi existencia. Cerca de allí se elevaban en medio de los avellanos y a la vera de un río muerto unas chimeneas gigantes que vomitaban un humo negro y pestilente.
Busqué refugio en la parte más alta de la ciudad, sobre una colina en la que destacaba un moderno edificio acristalado.
En un principio creí que moraba en su interior alguna hermana que disfrutaba burlándose de mí. Siempre estaba en la puerta del ascensor, si yo me acercaba, ella hacía lo propio, me alejaba y, al girarme, ella hacía lo mismo.
La reprendí y al mismo tiempo me reprendió. Creí volverme loca y cuando me disponía a marchar desapareció. Fue entonces cuando comprendí que estaba ante un espejo y me recree contemplándome. Al llegar la noche el espejo se tornó oscuro y por primera vez recordé a los chicos feos y peludos del parque que me sonreían mientras se descolgaban de rama en rama. Después de todo, habían sido simpáticos conmigo, al menos eso me pareció por los gestos ya que su idioma era nuevo para mí.
A primera hora cada día las personas que habitaban el edificio dejaban comida junto al espejo y hubo un tipo que me visitaba frecuentemente. Consiguió mi confianza y permití que se acercara más que ningún otro. Un atardecer que llovía de manera copiosa vino con una jaula y me capturó.
No le resultó fácil pues en la trifulca le lastimé aunque de poco me sirvió. Por lo que pude oír era cuidador de animales y me dijo que mi lugar no era ese. Instantes más tarde llegaron dos individuos con un uniforme que yo ya conocía y que vestían los guardianes del parque.
Me introdujeron en una furgoneta y me trajeron de vuelta al parque del cielo tramposo. Creo no equivocarme si pienso que pretenden que pase aquí el resto de mi vida, pero no saben que mi amor platónico un día se hará realidad, ¿Quién es? ¿Cómo se llama? Es muy sencillo, atiende por Libertad.
A primera hora cada día las personas que habitaban el edificio dejaban comida junto al espejo y hubo un tipo que me visitaba frecuentemente. Consiguió mi confianza y permití que se acercara más que ningún otro. Un atardecer que llovía de manera copiosa vino con una jaula y me capturó.
No le resultó fácil pues en la trifulca le lastimé aunque de poco me sirvió. Por lo que pude oír era cuidador de animales y me dijo que mi lugar no era ese. Instantes más tarde llegaron dos individuos con un uniforme que yo ya conocía y que vestían los guardianes del parque.
Me introdujeron en una furgoneta y me trajeron de vuelta al parque del cielo tramposo. Creo no equivocarme si pienso que pretenden que pase aquí el resto de mi vida, pero no saben que mi amor platónico un día se hará realidad, ¿Quién es? ¿Cómo se llama? Es muy sencillo, atiende por Libertad.
5 comentarios:
Vaya dos "pájaros" un tal Salva y un tal Félix, fabuladores de historias. Menudos pájaros que hacen sus nidos o sus fábulas, relatos y cuentos, a veces con cuatro palitos, pero bien puestos y otras bien acondicionados, cuidados y hasta acolchados rematándolos con briznas de lana de las ovejas de un tal Agustín.
¡VAYA PÁJAROS!
Hola Salva, muy bien escrito. Refleja la odisea que ha pasado el tal “Corvus albus” ese.
Me descubro como el novio “Carcelero” de la “Corbus”, porque era chica, y he de confesarte que es la primera ave que una vez presa ,en su jaula esperando el viaje de retorno al Zoo de Barcelona he sentido pena.
Pena de verla privada de su libertad, después de tres días observando su majestuoso vuelo y desparpajo en sus movimientos y su atrevimiento mientras me reclamaba pitanza.
Un fin de semana de estos voy a ir a verla a ese espacio que tu denominas “parque de cielo tramposo”, convencido que me traerá buenos recuerdos del “afaire” que tuve con ella.
No obstante conservo un recuerdo suyo “de por vida”. La huella de su duro pico, en la falange del dedo índice de la mano derecha…………Vaya picotazo……….
¡ Felicidades! Por “Belcebú” que escribes bien. Un abrazo.
Quim.
Bonita historia con un final que se augura feliz, a tenor del nombre con el que se identifica,que sin duda es el nombre de pila,que por eso nació con alas;nada menos que Libertad
Para mi es el vocablo mas bonito y profundo junto con "amor "aunque quizá las dos sean una misma cosa.Me pregunto por qué nadie se llama Libertad,al menos yo no conzco a nadie,es mucho más bonito que Angustias,por ejemplo.Quizá a partir de esta historia alguien lo tome en cuenta y se anime.Un abrazo.Félix
Vaya con el Ave, con lo que cuesta conseguir techo, comida gratis en estos tiempos.
Y piensa en salir volando. Je,je,je (un poco de sarcasmo).
Bonita historia la verdad, lo veo como unas ganas por disfrutar de la libertad y no estar en una jaula de oro.
Gracias a Manel (Horcajo)he leido los avatares de SALVA,tu lucha por la libertad, merecen todo mi respeto.
Saludos,
PACO*
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