Arrancamos con un título que forma un pareado para escribir que el sábado 23 de Abril despuntó titubeante, con un viento suave y un cielo alternativo entre nubes y claros.
En nuestros referentes estaban los pronósticos meteorológicos del hombre del tiempo en los diferentes informativos de televisión. Había en éstos coincidencia plena en los pronósticos que vaticinaban la llegada de las lluvias y, con ese presagio nada halagüeño, organizamos el día.
Sabíamos por otras semanas santas que en Yecla de Yeltes organizaban una “acampada vetona” y hacia allí nos encaminamos algunos colegas lagartos y los amigos Juan Torres y Lourdes Carreto.
Por la afluencia de coches en los aledaños del pueblo percibimos que la representación del poblado vetón había levantado inusitada expectación. Conviene matizar que es muy posible que las fechas festivas empujasen a los visitantes a presenciar el espectáculo.
Los yeclanos han formado una asociación que tiene por nombre la Muralla y (si no me informaron mal) de ahí se nutren de actores y figurantes para llevar a cabo la representación.
Caminamos por un sendero a la orilla del pueblo que nos condujo a una ermita o iglesia contigua al castro vetón.
Los “vetones” habían levantado sus cabañas con troncos de árboles y las paredes y techos con tupidas escobas verdes tan prolíficas en la zona.
De entrada y al primer golpe de vista los personajes de la función me trasportaron al mundo de Pedro y Wilma, los Picapiedra.
Los yeclanos han formado una asociación que tiene por nombre la Muralla y (si no me informaron mal) de ahí se nutren de actores y figurantes para llevar a cabo la representación.
Caminamos por un sendero a la orilla del pueblo que nos condujo a una ermita o iglesia contigua al castro vetón.
Los “vetones” habían levantado sus cabañas con troncos de árboles y las paredes y techos con tupidas escobas verdes tan prolíficas en la zona.
De entrada y al primer golpe de vista los personajes de la función me trasportaron al mundo de Pedro y Wilma, los Picapiedra.
Después, sentados sobre la muralla, que hacía las veces de tribuna y nos permitía una vista general del valle, contemplamos el genuino espectáculo trenzado en varios actos.
En el primero unos emisarios romanos acudieron montados en sus enjaezados caballos hasta la puerta de entrada al castro. Deduje que portaban la petición de rendición del poblado vetón.
Parece ser que las negociaciones no tuvieron buena respuesta y los correos romanos marcharon a galope tendido de vuelta a su asentamiento.
Unas jóvenes irrumpieron en el valle y cuando estaban recogiendo flores aparecieron “de repente” unos desalmados cabalgando sus monturas y blandiendo cuerdas con un lazo en el extremo. Los bandidos rodearon a las jóvenes y capturaron a una doncella que arrastraron por el valle ante los “alaridos” de la secuestrada y los gritos suplicantes de las otras muchachas que regresaron al poblado en busca de ayuda.
Los vetones entraron en el valle y se desencadenó la batalla más “cruenta”. Al final el jefe de los vetones murió en la contienda y su cadáver cruzó en valle acomodado sobre un carruaje para ser incinerado en el poblado.
Regresamos de bien entrada la tarde al pueblo para probar o degustar las migas que Juan Torres había preparado en el Vallito Redondo.
He de reconocer que Las Migas no es un plato que me entusiasme. Mis compañeros aquí lo han elaborado varias veces y nunca me cautivó.
A Juan se lo comenté y el aseguró que esta vez sería diferente y no sé si fue como consecuencia del apetito de la hora, la buena compañía y el mejor humor que allí había, el caso es que Juan consiguió su propósito y terminé mi ración. A mi lado Olegario dio buena cuenta de las migas y repitió.
Realicé varias fotografías. “haré un texto en mi blog sobre Yecla y la migas de Juan” les dije al coger la cámara. “Pues si lo haces, sugiéreles a los valencianos que en verano nos preparen una paella de las de su tierra” me dijo un comensal. Y yo, influenciado por los correos romanos que horas antes cruzaban el valle y el recuerdo de mi padre que fue un correo de nuestro tiempo, tomo el testigo y desde mi blog lanzo el guante por si lo leen los del país del azahar y se hacen eco de este reto.


He de reconocer que Las Migas no es un plato que me entusiasme. Mis compañeros aquí lo han elaborado varias veces y nunca me cautivó.
A Juan se lo comenté y el aseguró que esta vez sería diferente y no sé si fue como consecuencia del apetito de la hora, la buena compañía y el mejor humor que allí había, el caso es que Juan consiguió su propósito y terminé mi ración. A mi lado Olegario dio buena cuenta de las migas y repitió.
Realicé varias fotografías. “haré un texto en mi blog sobre Yecla y la migas de Juan” les dije al coger la cámara. “Pues si lo haces, sugiéreles a los valencianos que en verano nos preparen una paella de las de su tierra” me dijo un comensal. Y yo, influenciado por los correos romanos que horas antes cruzaban el valle y el recuerdo de mi padre que fue un correo de nuestro tiempo, tomo el testigo y desde mi blog lanzo el guante por si lo leen los del país del azahar y se hacen eco de este reto.