La frase del dia

19 agosto 2010

Misiva sin destinatario



Hoy que ya todo está en calma y las obligaciones esperan hasta la próxima semana, tengo tiempo para narrarte una historia que sucedió en la Zarza de Pumareda allá por el mes de Mayo, cuatro años atrás.
Nuestro anónimo protagonista puso fin al trabajo cuando el púrpura de poniente se filtraba entre el ramaje de los chopos y las sombras se alfombraban ladera abajo para recibir una noche clara y primaveral.
De vuelta a casa, vio a lo lejos en las afueras del pueblo una silueta diminuta que se movía con dificultad en medio del camino. Al poco, escuchó los ladridos lastimeros que surgían desde el lugar dónde se encontraba la silueta.
Aceleró el paso intrigado por ver qué era lo que se arrastraba entre las sombras de los árboles cerca del frontón. Los pasos asustaron al can que se incorporó raudo en busca de protección bajo una farola en una de las esquinas próxima a la iglesia.
Pronto se percató que aquella sombra huidiza era un caniche negro, con los ojos enterrados entre el pelo y que presentaba un aspecto de abandono total.
Permaneció frente al can durante unos instantes y comprobó a corta distancia el deplorable estado en que se encontraba. Buscando una razón que justificara el abandono, observó que el can sufría de una picazón incesante porque no paraba de rascarse y sospechó que estaba contagiado por la sarna. Incluso se atrevió a justificar el abandono porque era preferible eso antes que haberlo sacrificado.
El hombre rudo que una hora antes golpeaba con saña la hoz aseando el margen para que la maleza no se enganchara a la lana de sus ovejas, cogió al enfermo y lo llevó hasta la cuadra de Salvador (de Margarita).
Al día siguiente se desplazó hasta Vitigudino para resolver unos asuntos y aprovechó para visitar al veterinario. Éste, una vez que el samaritano le contó al detalle las características que presentaba el animal, le entregó un tratamiento que paliara la picazón. En cuanto llegó al pueblo fue hasta la cuadra para lavarlo y curarlo. Todo parecía evolucionar bien y el perro mejoraba descansando en la cuadra.
Sin embargo, cuando llegaba la noche, el caniche no cesaba de ladrar incordiando a las casas cercanas. Por eso cuando el samaritano iba a verlo por la mañana encontraba la puerta abierta y el enfermo rondando en las cercanías. Eso sucedía frecuentemente y se veía obligado a buscarlo en las calles para continuar con el aseo y las curas.
Pocos días después, al entrar por la calle principal, vio cerca del abrevadero un coche forastero y al costado una pareja de visitantes que hablaban con un señor del pueblo. La mujer acariciaba un perro que tenía entre los brazos.
“¡Señora, ese perro tiene sarna!” les dijo, después de saludarles con el gesto.
La mujer casi tiró al caniche contra el suelo al oír tan rotunda afirmación.
Para no parecer un intruso sin educación, le contó al matrimonio y al vecino los avatares del caniche. En matrimonio manifestó en tono distendido que se encontraban allí porque estaban realizando fotografías a las iglesias de la comarca y que cuando se disponían a fotografiar la de la Zarza fue cuando lo encontraron.
Afloró la ternura en la señora y dijo: “Me gustaría llevármelo”. A lo que el samaritano replicó: “ El veterinario quedó en venir esta mañana, si quieren esperar pueden hablar con él y les dirá qué enfermedad tiene y luego, si quieren, pues se lo llevan. Ahora ya está casi recuperado y a mi, la verdad, me harán un favor”.
El matrimonio esperó sentado pacientemente durante la hora y media que tardó en veterinario en llegar. Quien diagnosticó una infección y nuestro amigo caniche marchó en el coche con el matrimonio acogedor.
Nuestro hombre continuó sacando estiércol para abonar las tierras. Arando las fincas y por la noche ordeñando el rebaño bajo la tenue luz de la bombilla en el corral. De vez en cuando se acordaba del caniche y, en cierto modo, se reprochaba haberlo dejado marchar. Le producía un resquemor no saber qué había sido de él, aunque daba por buena la ausencia ya que intuía que gozaría de excelentes mimos y cuidados.
Al cabo de unos meses llegó una carta sin destinatario al ayuntamiento. En élla comentaban que el perro era muy feliz y presentaba un aspecto fantástico. Prometían enviar fotografías para que lo viesen. Sin embargo, el verdadero motivo de aquella misiva sin destinatario, era manifestar gratitud hacia el hombre que cuidó al caniche. Mas como desconocían su nombre la enviaban al ayuntamiento, con la esperanza de que supiesen a quién se refería y se la entregaran.
Amigo lector, sirva este episodio real, (aderezado con el juego literario de la imaginación) como una prueba fehaciente de la gente noble y buena que hay en cualquier lugar, y, que pueden rondar muy cerca, aunque nosotros no tengamos el olfato del caniche para reconocerlas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Que bonito!
¿Qué bonito!
¡Qué bonito!

Saludos, -Manolo-

Anónimo dijo...

Hola Salva!!!!!
Está claro que si tú, no te hubieras dedicado a esto del aqua, seguro que hubieras puesto un santuario para animales. Te gustan los perros, las c i g ü e ñ as, y, sobre todo los gatos. Eres un artista construyendo historias, necesitas unos pocos argumentos para con tus herramientas hacer una bonita historia, ya sea de animales o de otra índole. ESTÁ ESCRITO QUE EQUEL QUE LE GUSTAN LOS ANIMALES O PLANTAS, ENTRARÁ EN EL REINO DE LOS CIELOS...ENHORABONA . NiCo.