
Pasamos el típico control y al salir a la calle sentimos el bofetón del frío. Desde la ventanilla del autobús que nos acercó hasta el hotel, vi un grupo de perros callejeros que correteaban por una rotonda. Escuché algún comentario sobre el problema que tienen en Rumanía con los perros abandonados.
Partimos hacia Valea Prahovei, todo estaba nevado y la carretera cruzó por la frontera austriaca, aún se veían los restos de los pabellones de los edificios oficiales de la antigua aduana. Nos llegó el anochecer cuando tras innumerables curvas de descenso con los márgenes nivosos avistamos la ciudad de Valea Prahovei, nuestro primer destino.
El autobús realizó una vista panorámica por la ciudad. La climatología con una lluvia gélida de mojabobos no invitaba a realizar fotografías. El hotel impecable con maravillosas vistas desde la octava planta donde se encontraba nuestra habitación.
Al día siguiente, a primera hora, nos acercamos a las oficinas bancarias para cambiar euros por leus, la equivalencia viene a ser: 1 euro = 4,20 leus. El salario medio rumano oscila en torno a los 300 euros. Por un café con leche o un refresco nos cobraban 4 leus. Los precios del calzado y de la ropa estaban ligeramente más bajos que en España, pero elevados para los rumanos porque su poder adquisitivo es menor.
Esa mañana pude patear sobre la nieve, hacía años que no oía crujirla bajo mis pies y no me importó que los zapatos se humedecieran más de la cuenta al aplastarla.
En autobús nos encaminamos hacia la ciudad de Sinaia, donde se encuentra el famoso Castillo de Peles (residencia veraniega del rey Carol I , este señor, aparte de tener buen gusto y mucho dinero, disponía de 300 obreros que tardaron 41 años en construir las 160 habitaciones que lo ocupan)
El paraje que lo rodea en verano debe de estar precioso, ahora también a pesar de la nieve y de las placas de hielo que aumentaban el riesgo de caer. Al llegar encontramos un grupo de gente que trataba de sacar de una valla la cabeza de un perro. Salió pero allí se quedo gimoteando no sé si de frío o de dolor.
Al día siguiente estuvimos en el Castillo de Bram, conocido como el del Conde Drácula. Enclavado en un roquedal con sinuosos barrancos y rodeado por montes boscosos. Me permito un inciso sobre este lugar.
El autobús nos acercó hasta Sighisoara, en plenos Montes Cárpatos, lucía un día de sol espléndido que no alejaba el frío. Sighisoara tiene un casco medieval muy bonito y es conocida porque aquí está la casa donde nació Vlad Tepes el empalador. Después visitamos la catedral ortodoxa de San Nicolás - precedía a los iconos un abeto navideño- en la ciudad de Brasov; vimos su famosa iglesia negra- como consecuencia de un incendio- y dimos un paseo por el centro, engalanado con motivos navideños y las tiendas en pleno auge. Una enorme montaña verdegueaba al fondo con un letrero al estilo -hollyvood- te recordaba que estabas en BRASOV. Músicos callejeros, encantadores de la buena suerte, portando una planta verde sin flores, o bien un cordero que te traía fortuna si le acariciabas la cabeza, al cordero, apoquinando el servicio. Se celebró la noche vieja a la rumana, es decir, entre plato y plato una semana de espera. En cuanto a música española para el baile sólo conocían la Macarena.
Bucares tiene más de dos millones de habitantes, las calles estaban nevadas y los operarios municipales retiraban la nieve que había en las aceras para que la gente pudiese caminar. En un restaurante típico del país comimos carne de jabalí, ciervo y oso, estaba rica y sabrosa. Aquí vimos más perros abandonados por las calles. Se cobijaban en los vestíbulos del metro. En la avenida dónde estaba el hotel se veían palacetes abandonados, alguien comentó que pertenecían a familias que huyeron durante el régimen comunista de Ceaucescu. El abandono de los perros es debido al derribo de casas bajas para edificar bloques de pisos, después cobraba un impuesto por tenerlos y la gente los abandonó. En el año 2008 se celebró una cumbre de la O.T.A.N y el gobierno decidió una captura masiva que no pudo llevar a cabo porque los defensores de los animales lo impidieron. Los rumanos están acostumbrados a verlos vagabundear, lo que no quiere decir que no les duela; pero es aún, en mi opinión, me refiero a la ciudadanía, hermética, anquilosada en las maneras del pasado comunista.
El día del regreso no las teníamos todas consigo, nevó constante y copiosamente, pero desde el aeropuerto nos informaron que no se suspendía el vuelo. Aquí, en estas situaciones nos superan. Limpiaron las pistas y dentro del avión con los motores en marcha, la megafonía nos dicen que se retrasa la salida por motivos de seguridad. Yo confiaba que la fuerza de la experiencia rumana nos sacara de allí. Desde la ventanilla vi que se acercaba un camión, similar a una hormigonera y vaciaba un líquido jabonoso que se escurría por la ventanilla. ¡Anticongelante! dijo el pasajero que tenía delante. El camión repicó sobre el lomo de la nave y cayó más gel, luego se apartó. La azafata nos aleccionó en rumano e inglés sobre cómo se colocaba el chaleco y la máscara. -Una incongruencia porque el pasaje lo componían españoles y rumanos que trabajaban en Cataluña-. Pasó verificando que estaban accionados los cinturones de seguridad, el motor comenzó a bramar, como si presentara sus fuerzas al hielo y la nieve de la pista. Salió rabioso, por la ventanilla observé que tardaba en elevarse, se iba ha quedar sin pista pensé, pero no, levantó el morro con poderío y se elevó, abajo todo era blanco, al poco sólo oscuridad. Por megafoná nos dicen que encontraremos turbulencias más adelante. Me dispongo a ordenar el borrador del relato "La sirena...."(lo de Inma y Dani) y el pasaje parece que duerme.Algunos se incorporan al pasillo y charlan con otros pasajeros. La tripulación pasa con el carrito de productos sin mucho éxito. El motor emite por momentos un ruido extrañó y vibra, de repente cae al vacio, ya parará pensé, serán las turbulencias, y seguía bajando, se oyeron exclamaciones de incertidumbre y la gente se incorporó, ¿qué pasa?, nada, las turbulencias dije a mis compañeras de asiento. El Prat no estaba nevado y aterrizó con mucha suavidad, pero no hubo aplausos, la gente estaba rendida y con el sueño de las tres de la madrugada.
Nos vinimos en coche hasta Montblanc con un matrimonio vasco, Julio y Marta- él gravaba documentales para Tv-. En el área de la autopista nos esperaban.
Y ésta fue la crónica viajera de nuestro viaje a Transilvania.