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Alan en manga corta y observando mi estilo. |
Cuando ya se vislumbran casi a tiro de piedra
los sesenta (¡!) y las fotos de juventud van adquiriendo el tono sepia de lo
añejo, uno cree que son pocas las cosas que le deparen sorpresa en cuanto al
comportamiento del ser humano. Sin
embargo, las circunstancias o sucesos del día a día te hacen comprender que la
edad no es un indicador cien por cien fiable para calibrar nuestra capacidad de
asombro.
A
veces, en una vertiente positiva, los años van desterrando el ridículo, el qué dirán y todo aquello que
frene la iniciativa personal, aquella que parte de una convicción profunda a la
hora de acometer un objetivo sano y loable.
Para argumentar lo que escribo narraré dos experiencias que están en las
antípodas una de otra.
La
primera sucedió una mañana cuando me desplazaba acompañado por un compañero
de trabajo para ver futuras tareas en la zona de las playas.
¡De
pronto! Vimos a lo lejos a un hombre que avanzaba cargado con una cruz por la
orilla de la carretera.
—Vamos a parar un momento, quiero saber por qué va arrastrando esa cruz
—le dije movido por esa curiosidad infantil que se niega a aceptar la prudencia
que da la madurez.
Bajé del coche y fui a su encuentro. Tan repentina parada y el caminar
decidido pusieron en guardia al peregrino.
—¿Cristianos?
—Preguntó en un castellano atropellado y con una mirada inquieta.
—Sí
—respondí. Y vi que la respuesta le
tranquilizaba.
Nos
dijo que se llamaba Alan y que era inglés. Por fortuna el compañero hizo de intérprete
y así pude hacerle algunas preguntas. Venía de Valencia y esperaba llegar a
Barcelona.
A
lo largo de los últimos años ha caminado más de 2400 kilómetros por
diferentes países, Reno Unido, Francia, Bélgica, Países Bajos, Alemania, Polonia, Rumanía, Gibraltar,
Islas Mauricio y España.
Alan tiene una web: www.bluemerangwalks.co.uk
En
definitiva fue un encuentro emotivo y espiritual. Alan continuó arrastrando su
cruz con destino a Barcelona.
Días
después regresábamos por una autovía y vimos un coche blanco que iba casi
empujando a un coche azul en el carril de adelantamiento. El coche blanco giró
bruscamente a la derecha y tras sortear varios coches se plantó delante del
azul para taponar el carril y obligarle a circular lentamente. Vimos cómo el
conductor del coche blanco sacaba un machete y fingía clavárselo en la espalda
en clara amenaza al coche azul. Cuando se cansó de simular puñaladas se lanzó a
correr por izquierda y derecha, culebreando entre los vehículos y satisfecho de
su hazaña.
—A
ese, más pronto que tarde su cabeza le dará el pago—dijo mi compañero.
Y
estas son las cosas que acontecen cuando menos lo esperas. Por una parte, la
grata experiencia de Alan, y por otra, la de un tarado que con su locura pone
en peligro la vida de los demás.