La frase del dia

07 febrero 2012

San Blas en Corporario

Los pendones son las banderas, no los portadores.


Se inicia la procesión bajo un sol luminoso y frío


Paella popular


El coso taurino fotografiado desde el campanario


Vicente "León" con sus gracias hizo la cena más que entretenida.


Cualquier lugar era bueno para degustar el arroz


Afectuosos encuentros, Tarragona, Valladolid y Logroño

Que foto más guapa para verla desde el sofá de casa



Agradable sorpresa. ¿Le conocéis?


La presidencia durante el festejo de las vaquillas



Afortunados los que tenéis pueblo. Eso me dijo un día un amigo y comprendí que no estaba exento de razón.
Veinte años eran los que habían pasado desde la última vez que disfruté de la festividad de San Blas en mi pueblo, Corporario.
La decisión de acudir fue casi repentina; por una parte, sólo me frenaban los pronósticos de los hombres del tiempo; por otra, una potente dosis de nostalgia y el hecho de acompañar a mi madre en su regreso Salamanca me empujaba.
Desde Corporario me dijeron que llevara prendas de abrigo porque allí ya había llegado el frío.
Sin embargo, soy de los que piensan que para valorar el verano hay sufrir los rigores del invierno, eso sí, con la ventaja de saber que pocos días después volverás al calor ambiental de casa.
La lluvia nos acompañó durante algunos tramos. El viaje no se hizo pesado porque hubo un amplio repertorio de chistes y anécdotas. Quizá también porque, aunque nadie lo dijera, todos teníamos dentro la alegría por la vuelta a tan entrañable fiesta.
En mi adolescencia era el día más importante del año. Recordaba “San Blas” con el muñeco gigante de nieve en medio de la plaza de la iglesia; los días de sol con las carameleras que llegaban a primera hora e instalaban sus paradas; el tañido estridente y continuado de las campanas durante la procesión; los cohetes ascendiendo veloces hasta la fugaz detonación, y los pendones ondeando al viento como avanzadilla de la fiesta en su vertiente religiosa.

Después llegaba el esperado convite que corría por cuenta del vecino que adquiría el rango de patrón para honrar al santo.
En aquel tiempo, si la climatología lo permitía, se disputaban partidos de pelota a mano entre los mozos. Encuentros que contaban con la afluencia de espectadores del pueblo y también forasteros.
Esos eran mis bucólicos recuerdos, los que tenía bien enraizados. ¿Sería muy diferente ahora? ¿Quedaría algo de todo aquello? Me preguntaba en mi regreso.
Y como es normal la evolución también llegó a San Blas. Si bien, el sentido religioso perdura en igual medida. El convite ofrecido por el ayuntamiento quizá sea más variado y cuantioso, aunque condicionado esta vez por el frío.
Los tres bares estaban repletos de visitantes. Pude ver y conversar con gente que hacía mucho tiempo que no veía. Cierto es que voy en verano, pero con algunos de mis paisanos no coincidía.
Hubo campeonato de petanca. En la carpa disfrutamos de bailes charros amenizados por el tambor de Afrodisio, de Vilvestre (que participó en el programa “TU SI QUE VALES”). Las mujeres de Corporario nos deleitaron y sorprendieron con elaboradas coreografías de baile.
Por allí encontré al amigo Félix Carreto con sus cámaras. Juntos compartimos la paella popular en la plaza, que registró una participación exitosa, y en los postres amenizaron la velada los tamborileros de Aldeadávila entre los que actúa mi amiga Carmen.
Hubo dos vaquillas para los corredores. Por la noche se celebraron las verbenas en la carpa y las orquestas ahuyentaron el frío.
En definitiva, creo que el viaje cumplió con mis expectativas.
¿La vuelta? Eso ya fue otro cantar, en la provincia de Soria, por la zona de Calatañazor, nos cruzábamos con las máquinas quitanieve y avanzábamos despacio siguiendo la estela que dejaban sobre la nieve las roderas de los camiones que nos precedían.
La nieve es mágica, incómoda y desapacible, aunque también hermosa si la ves en fotografía al pasar los días.
Esta vez en el viaje no hubo aviones, ni trenes, ni cruceros. He visitado unos cuantos países y, si Dios quiere, espero visitar muchos más. Sin embargo, mi pueblo siempre estará en lugar preferencial, aunque no tenga pirámides, ni catedrales, ni lagos, ni rascacielos, no le hace falta porque en mi existencia representa algo más.

Sus lugareños me inculcaron unos valores y sus calles me dejaron recuerdos bellos e inmunes al tiempo, y claro está: por uno y otro motivo he de estar más que agradecido.