La frase del dia

20 julio 2009

POLONIA

Salimos del aeropuerto del Prat a las once y media de la mañana y aterrizamos en Varsovia tres horas más tarde. Nuestro grupo estaba compuesto por una treintena de españoles residentes en Cataluña.
De camino al hotel cruzamos en autobús las calles de Varsovia, cuya población oscila en torno a 1.800.000 varsovianos.
La guía, Inca, incidió de manera reiterada sobre los destrozos que la 2ª guerra mundial había causado en la ciudad: a excepción de la zona dónde vivían los nazis todo quedó asolado.


Varsovia nocturna
Los polacos queriendo “pasar página” restauraron las fachadas siendo fieles a su pasado. En definitiva, por los comentarios de la guía sobre los monumentos que encontrábamos durante el trayecto, por las alusiones a familiares vivos que vivieron de pleno aquella tragedia: el holocausto estaba presente.
Al día siguiente nos desplazamos en autobús hasta Zakopane, debajo de los montes Tatra, uno de los lugares donde Juan Pablo II se retiraba a descansar.
En lo alto de Zakopane


La autovía que nos sacó de Varsovia se convirtió en carretera a los pocos kilómetros. Una vía estrecha que descendía hasta Cracovia. La climatología era más benigna que la que habíamos dejado en España. Los chubascos veraniegos de escasa intensidad son frecuentes y aparecían de repente. Ese riego natural se notaba en el verdor de los valles que cruzábamos y en la espesa frondosidad de los bosques que copaban el territorio.
Su moneda es el zloty; un euro equivale a 4,30 zlotys. Ese era el precio de un café o un refresco. Si bien el salario medio de un trabajador polaco, según comentó la guía, no excedía los 600 euros.
Abandonamos Zakopane y subimos en un funicular hasta unos miradores desde los que se divisaban los montes Tatra y una panorámicas extensas y profundas que el buen tiempo nos permitió contemplar. Allí arriba se levantaba un mercado ambulante donde se vendían productos de lo que la tierra y la ganadería les daba, lana y sus derivados, pieles, quesos, recuerdos y unas cerezas muy ricas, etc.
Zakopane en invierno está prácticamente desierta, pues la nieve es cuantiosa y las comunicaciones precarias. Ahora estaba en pleno auge, buenos hoteles, ocupados por muchos senderistas que hacían rutas por aquellas montañas.
Por una parte, me sorprendió que siendo un lugar tan frío las casas fuesen de madera. Aunque vista la cantidad de bosques pensé que era materia prima abundante y asequible.


Los polacos emigrantes que regresaban comenzaban a levantarlas de piedra aunque el tejado seguía siendo de madera. Escaseaba la teja y cubrían las casas con material sintético, de poco peso, pues la excesiva inclinación para que se deslizase la nieve requería material liviano e impermeable.
También observé cuán devotos eran los polacos: la estatuas con el pedestal lleno de flores tenían su lugar en el jardín, o bien tras los cristales de alguna ventana superior y visible.

En Cracovia vi por primera vez a los judíos ortodoxos, de camino a la sinagoga, destacaban sus largas patillas con tirabuzones, vestidos con trajes y sombreros negros. Parecían acostumbrados a la presencia de turistas y no les incomodó nuestro descaro al observarlos.
El río Vístula de aguas quietas cruza la ciudad. Los barcos golondrinas se extienden a lo largo del cauce, en cuyos márgenes ajardinados paseaba la gente o practicaba deporte.
Rio Vístula en Cracovia

Visitamos las famosa minas de sal en Wieliczka, descendimos 832 rudimentarios escalones de madera hasta 130 metros. Hacía frío por la corriente de aire con que insuflaban las galerías. Nos habían alarmado con la insistencia en llevar ropa de abrigo. Tampoco fue para tanto, fresco sí pero frío no.

En cualquier caso resultó sorprendente ver restaurantes y capillas allí abajo. Grupos escultóricos de gran realismo donde se exponía la actividad de la mina. Los mulos girando en una noria de poleas izaban el material. Crudo destino el suyo: bajaban a la mina y ya nunca verían la luz.
Otro día descendimos por los rápidos del río Dunajet, cercado por montañas boscosas y delimitando la frontera con Eslovaquia. Dieciocho kilómetros de rápidos suaves e inquietos, sorteados por dos remeros, uno a proa y el otro a popa. Cada meandro deparaba una sorpresa en el paisaje espectacular del cañón.

Varsovia tiene la plaza medieval más antigua de Europa, dijo Inca al visitarla. Un hervidero colorista con músicos locales de gran nivel (algo tendrá que ver F. Chopin). Allí mismo entre canción y canción vendían sus Cds. Mimos, brujas, acordeonistas, violinistas, marionetas y carruajes engalanados portando recién casados y turistas.
Esto es una bruja y no Aramis Fuster
Al fin llegó lo que yo más esperaba y la razón primordial de mi viaje: ¡Auschwitz y Birkenau!.
Sobre este muro fusilaban a la gente

Después de visitarlo comprendo y respeto que haya gente que prefiera no entrar. Por los barracones parece no haber pasado el tiempo y tienen un olor peculiar. Las vallas electrificadas, el ramal de la vía férrea que entraba bajo el torreón central, las torres de vigilancia. Al entrar en el campo, da la bienvenida una inscripción a modo de arco: “El trabajo te hace libre”. Bajo esas letras pasaron un millón de personas de camino a una muerte inesperada.


Y el saber que todo aquello surgió de unas elecciones democráticas me produjo muchísima lástima. Allí estaba la casa del comandante Rudolf Höss, el muro de la muerte, las salas con los embudos por donde introducían el gas. Los crematorios. En el museo vimos las maletas con el número del preso a quien pertenecían. Amplias vitrinas donde se exponían los cabellos rapados a las mujeres, lentes, zapatos, implantes ortopédicos, etc. Los polacos no quieren que aquel holocausto se enfríe con el tiempo, sino que han creado una fundación para aportar más referentes y de este modo la humanidad siempre lo tenga presente.
Porque después de ver aquello uno se hace cruces al comprobar hasta que punto puede llegar la sinrazón humana y el grado de cobardía en las naciones ante semejante barbarie.