La frase del dia

27 noviembre 2022

29 octubre 2022

La noche de difuntos




El cuerpo me pide compartir con vosotros las sensaciones de este día en un tiempo viejo. Haremos inmersión en el rincón de los recuerdos, cada vez más añejos, y ahí volverán las secuencias de aquella noche revestida con la magia de las palabras.

Ese día, de los difuntos, era frecuente ver el peregrinaje que salía del pueblo a media mañana con rumbo al cementerio.

Las mujeres caminaban con sus faldones negros y algunas flores en la mano.

Los hombres con su boina y los aperos idóneos para desbrozar las sepulturas. Luego, ellos, proseguían con las tareas del campo, o bien, con el ganado. 

Al caer la tarde, regresaban los del campo hacia sus casas cuando el manto negro de la noche cubría el pueblo. El humo de las chimeneas vomitaba tirabuzones hacia la negrura, mientras los lugareños, farol en mano, atendían a la hacienda en cuadras y corrales como última obligación del dia. La noche traía ya el frío del tiempo de matanzas y la campana tañia igual que los días de entierro.

En algunos hogares, el padre volteaba el tostador de castañas con la mirada fija en la llama y el recuerdo presente de los familiares que nunca tendrían regreso.

En otras casas, una moza con las piernas protegidas por periódicos (cual si fuera un portero de hockey, para que no le salieran "cabrillas" en las piernas), mostraba su destreza impulsando el tostador para darle tono canela en ambas caras de las castañas.

El pueblo era oscuro y el alumbrado vigoroso y alegre del verano se tornaba alicaído y tenebroso a medida que avanzaba la noche.

Nadie caminaba en las calles y el silencio de los recuerdos se instalaba en los hogares.

Sonaba la esquila del enterrador y aquello era terrible en la mente de un niño. 

Batiendo su esquila por las calles, sin más compañía que la de algún perro curioso y juguetón, se dejaba ver el tío Antonio “el Píricu” el enterrador, con su chaleco y sombrero de pistolero y la barba de varios días.

En lo alto de la torre, asomaban, entre las ventanas del campanario, las crestas de una hoguera avivada por los mozos. Sobre las brasas, cubierto de ceniza, se escondía un chorizo regado en vino. La juerga continuaba y las risas se sucedían cuando el gracioso de la cuadrilla se hacía con un murciélago y lo "obligaba" a fumar.

Al día siguiente, las tumbas estaban en su máxima pulcritud, y un muestrario de flores adornaba el camposanto. Y así era la víspera de todos los santos allá en Corporario por los sesenta.


01 septiembre 2022

Me he acordado mucho de ti


 
Normalmente, las entradas eran crónicas viajeras, pero la pandemia y otras circunstancias, personales, cortaron de cuajo nuestros viajes. El verano comienza su declive y asoma septiembre con nuevas ilusiones y objetivos. Quizá sea el momento de tratar de amarrar lo vivido para que lo tengamos presente —al menos yo— con esta entrada en el blog, también en letargo literario. Como cada verano ansiábamos la climatología suave del pueblo, aunque, según nos comentaban, allí también era un verano caluroso y yo pensaba que sería más soportable al carecer de la humedad que tenemos en la costa. Partimos muy temprano para evitar el calor. Diez horas entre salida y llegada es el tiempo empleado en los más de 800 kilómetros que separan nuestros destinos. Fue un viaje relajado y con la mente y el cuerpo dispuestos a disfrutar de la tranquilidad deseada, y por encima de todo lo que más me llena: los paseos nocturnos para disfrutar del cielo estrellado, es un placer diferente, donde planea la infinita inmensidad del universo imperecedero y estático. El conocimiento anhela por saber qué habrá más allá. Arriba parpadean entre nubes los verdaderos testigos desde el principio del mundo hasta que no quede el más mínimo recuerdo de nuestro paso por aquí, y ellas, las estrellas, seguirán con su incandescente luz. Pero vayamos al día a día.

  Con disciplina partisana, mi actividad daba comienzo a las 7 h 30´ Me instalaba en la parte trasera de la casa, en un rincón discreto de no más de cuatro metros cuadrados y desde el que divisaba la calle. Acompañado de un sabroso café y, acomodado en un viejo escabel con el portátil sobre la mesa camilla, las palabras fluían generosamente y la trama se engarzaba con verosimilitud.  Cada mañana se repetían las escenas que veía enfrente, hasta que llegaba la inoportuna mosca madrugadora y algunas personas que paseaban bien temprano. Escuchaba las ocho campanadas del reloj del torreón y los primeros murmullos sordos de los vecinos en la puerta de la iglesia. Dos horas después, cuando la cabeza perdía la frescura y la concentración, iniciaba otras tareas de diversa índole, bien fuera pintar la tapia y unas vigas de hierro que soportan un tejado. Planear con cemento una pared del aparcamiento para pintarlo días después. Colgar el televisor en el soporte de pared con la ayuda de Juan Torres y otras cosas más sin importancia.

 Acudí al pantano de Aldeadávila con Alfonso para que me explicara “in situ” el trágico accidente de la roca que mató a ocho trabajadores. (El diario Opinión de Zamora atribuye a la presa de Almendra y no es así). También hubo tiempo para la música, sin apenas ensayo, con Félix Carreto en la voz y Luis Holgado en los teclados —me sorprendieron mucho sus arreglos orquestales—, participamos con tres temas en los encuentros musicales del pueblo.

   Los martes fue visita obligada al mercado de Vitigudino, más que nada por sus sabrosas tapas; También los de Trabanca, Peralejos de Abajo y Fermoselle. Hubo visita a Freixo da Espada a Cinta por el asunto del bacalao. Los días iban pasando y yo echaba mucho de menos a Nacho, Carla y Sasa, sé que me ponía pesado pidiendo que me enviaran vídeos de ellos. El deporte también estuvo de vacaciones, pero corrí el primer día en los encierros de Aldeadávila y ese mismo día iniciamos el regreso para llegar a Tarragona a las 21 horas. Las ganas de ver a mis nietos superaban con creces el ardor festivo que dejaba atrás. Todo se confirmó cuando a la mañana siguiente sonó el timbre y asomó Nacho (dos años y medio) con los brazos abiertos para darme un abrazo, mientras decía: “Me he acordado mucho de ti” y en la puerta farfullaba Carla (14 meses) con su sonrisa desdentada vete tú a saber qué. Eso… cualquier abuelo, sabe que no tiene precio.


  
Francesc ríe en mi rincón

Prefiero un buen entrecot en vez de bacalao
en Freixo (Portugal)
regreso del paseo en busca de las estrellas

                                

Que poco faltó para liarla.



Quemando grasa mientras en el pueblo disfrutaban del último encierro.