La frase del dia

25 diciembre 2015

Las navidades del 67



Colegio Maristas en Miraflores (Burgos)

Cercanías del río Arlanzón (Burgos)

Catedral de Burgos.

Salamanca


Corporario (Salamanca)

Abrevadero (Pilar) de Corporario (Salamanca)
Los muchachos del internado en Burgos llenan con sus maletas el vestíbulo al amanecer del 23 de Diciembre en el año 67. Pedrito es uno de tantos muchachos que los religiosos trajeron de la escuela rural con la intención de un futuro relevo en la congregación. Se acerca la navidad y Pedrito mira por última vez el Belén que adorna al vestíbulo: miniaturas de pastores adquieren movimiento encima de un puente mientras cuidan su rebaño y el agua imaginaria del arroyo que cruza el valle brilla entre los pliegues de un papel de plata. En primer plano, tres camellos con su jinete siguen tras una estrella con destino a la cueva iluminada. Al fondo, cierra el Belén un manto azul con estrellas blancas hilvanadas.

    El motor del autocar suelta bocanadas de humo delante de la puerta principal y los muchachos forman la fila alentados por la voz imperativa del tutor religioso.
    —Pedrito —llama—, tú siempre pensando en las musarañas. ¡Sube!
    —Aún no son las ocho —dice el conductor.
    —Hay mucha niebla señor —Advierte el religioso.
    —Es lo normal, ya despejará y llegaremos a Salamanca antes de las doce —dice el conductor acodado en la ventanilla.
    La alegría infantil se desmadra cuando se alejan de la ciudad y las torres de la catedral se esconden entre brumas de niebla.
    Pedrito no entiende qué puede causarles tanta alegría. Pero recuerda que lleva un buen regalo. No ha gastado nada de lo que le dieron en casa. Eso le ha permitido comprar un balón de goma y un paquete de caramelos, aunque los zapatos siguen estando rotos y la maleta acartonada sigue atada con la cuerda.
    Le hace ilusión ver a la pequeña Chedola y en la última carta pidió que la trajeran cual si fuera una mascota. Eso le alegra, pero el dolor de muela ha vuelto y sigue lacerante  con dolorosos pálpitos. Tras varias paradas durante el trayecto llega la calma y la niebla desaparece del cielo gris. Desde los asientos delanteros llegan las voces jubilosas porque han avistado el casco urbano de Salamanca.
    Los familiares esperan nerviosos en la acera y Pedrito desde la ventanilla ve a su madre que sostiene en brazos a Chedola con chupete, rizos morenos y un abriguito blanco.
    —Qué fino estás —dice la madre, acariciándole la cara—pareces de capital.
    Pedrito olvida el dolor de muelas mientras coge a Chedola y le hace cosquillas que la pequeña trata de esquivar a golpes de risa.
    —Bajaremos hasta Vitigudino con un señor que ha venido a buscar a su hijo. Es ese —señala la madre al muchacho que busca siempre nidos de pájaros entre los pinares.
    Chedola se duerme entre los brazos de la madre mientras el auto avanza por la llanura y los postes del tendido eléctrico se dejan ver en las cunetas como centinelas apostados.
   El auto se detiene en la plazoleta del mercado popular de Vitigudino. Desde allí parten los diferentes autobuses que reparten los viajeros por la comarca. El coche de línea que tiene su última parada en Aldeadávila se llena de hombres con gorra y algunas señoras con bolsas o cestas cuadradas de mimbre barnizada. Les acomoda Andrés, el conductor, un hombre de agrio carácter y nariz prominente. Muchos de los viajeros se conocen e intercambian saludos. Otros preguntan a los nativos de otras poblaciones por algunos parientes o amistades. El olor a gasoil impregna el ambiente dentro del autobús. El autocar avanza seguro y los viajeros descienden en los diferentes pueblos del trayecto. La pericia de Andrés hace posible circular sin rozar los retrovisores en el punto más estrecho de la carretera al pasar por el centro de Cerezal de Peñahorcada. Oscurece y a lo lejos parpadea tenue y amarillento el alumbrado de Zarza de Pumareda. Unos kilómetros después se apean los viajeros de Masueco junto al álamo de la Iglesia inclinada.
    El autocar deja a la izquierda el cementerio de Corporario y sube la cuesta del puente donde siempre anida el mirlo. Pedrito, Chedola y la madre bajan frente a la pequeña plazoleta del bar Bernardo. Unos mozalbetes temerarios se cuelgan tras la escalera y saltan cuando el vehículo adquiere cierta velocidad.
    A Pedrito le causa tristeza el dolor de muelas y, al entrar en casa, el resto de hermanos esperan ávidos alguna pírrica sorpresa. Las escobas que ha dejado Manolo, el padre, entorpecen la entrada y el resplandor de la lumbre ilumina la pequeña cocina. Se suceden los besos y el dolor de muelas concede una tregua. El padre huele a humo. Pedrito saca el balón y Manolín lo bota contento en el pasillo. Los caramelos desaparecen y Pedrito se da cuenta de que son insuficientes y piensa: “Algún día les traeré un saco” (Años más tarde lo cumplió).
    Pedrito sale a la calle y ladran los perros en las cuadras. Visita a las abuelas Nicanora y Catalina, percibe que están ilusionadas con el nieto que va para cura.
    La casa es pequeña y a la hora de dormir los tres muchachos van a casa de la abuela Catalina. No hay calefacción, ni estufa, ni bolsa de goma con agua caliente, ni ladrillo, solo la proximidad de los cuerpos produce calor. Pedrito reza porque ha de cumplir el propósito que le recomendaron en el internado, mientras escucha el discurrir del regato que serpentea entre pizarras al costado de la casa. El viento se cuela por el agujero del ventanuco y canta en las tinieblas de la alcoba de madera.
    La muela de Pedrito quiere disfrutar de las fiestas navideñas pero la madre decide llevarlo a la consulta de Don Jesús. El galeno prepara sus bártulos y la muela es arrancada pero el dolor no se va.
    Llega la hora de disfrutar del balón y se forman los equipos en la plaza. Corre el viento y la cara de Pedrito se torna ancha. “Tiene un flemón” dice don Jesús. Llega la nochebuena y suenan los villancicos. Pedrito canta improvisando la letra del que ha aprendido en el colegio;
/Ha nacido un niño rubio bajo el cielo de Israel/
/con los ojos azulados y con él me ilusioné/
/su presencia es alegría en la luz y la verdad/
/y nosotros le adoramos con total sinceridad,
/bay, bay bay bay, tararará bay, bay, bay, bay…

 Al terminar la cena, Manolo coge una regla y cuchillo en mano corta con precisión milimétrica la barra de turrón ante los extasiados ojos de la chiquillería. No hay problema de carencias porque en casa de la abuela Nicanora también cortan turrón y no utilizan regla.
    Los pequeños van a la cama y los mayores se acercan al bar con el padre. El bar del tío Enrique, antigua escuela, es amplio y tras la barra, Aurora, Carmen, Pepa, Julián, la tía Elisa y el propio Enrique, ufanos despachan  a la clientela. Han llegado también para celebrar las fiestas navideñas los que emigraron a Alemania y Suiza. Les va bien y dejan constancia que, merced a su trajeado vestuario y los billetes verdes con que pagan las rondas, en otros sitios muy lejanos la vida es diferente. 
    Pedrito tiene claro que algún día se irá…
    Y de este modo se celebraban en mi tierra las navidades en vísperas de los años setenta que en Pedrito despertaron la ilusión por lograr tiempos mejores. 

12 diciembre 2015

Sorpresas te da la vida

"La vida te da sorpresas/sorpresas te la vida, ay". Así cantaba Rubén Blades cuando entonaba la canción Pedro Navaja.
  Depende del ánimo, de cada uno de nosotros, las sorpresas adquieren un matiz distinto, pienso yo. ¿Por qué? Quizá porque la vida te arrea azotes que no esperas y eso escuece y deja huella. En cambio, también hay quien le da igual si llueve o calienta el sol porque a todo le encuentra belleza. Creo estar en este último rango.
  Es muy probable que te importe un bledo dónde puede estar ubicado quien esto escribe. Sí así es, disculpa, dice una cita en la presentación de mi blog: “escribir es desnudar el alma con palabras”…Habrá que asumir ese riesgo, aunque no sea lo que pretendo. Ya veremos hacia dónde deriva toda esta perorata.
   Bien, por estas fechas, se acrecienta la convivencia. De todo tipo, familiar, laboral y compañeros con los que se viven buenos y malos ratos juntos; pero juntos recogemos los frutos.
   Y eso se ha producido ahora. 
   La guardia urbana de Tarragona reconoció el trabajo de tres de mis compañeros entre otros muchos. También el mío, que no lo sería sin la ayuda de Alfredo, Félix, José y Fede. Juanito, Andreu, Juan Antonio y Dioni, entre otros-as.  Ellos son los verdaderos artífices del buen trabajo, aunque subiera yo a recoger el papel.
    Aparte, en el quehacer cotidiano, hay otros vínculos con trabajadores de otras empresas, que nos ayudan en las tareas y que los años han deparado una excelente y cálida relación: “A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César
    Acudí a la despedida de un hombre, Luis García, que trabajó muchas veces conmigo, y, muy a su pesar,  tuvo que dejarlo por una lesión que le dejaron el esfuerzo y los años. 
    La empresa para quien trabajaba nos ofreció un surtido variado de tapas mientras la conversación se entrelazaba y los móviles disparan fotografías de la celebración.
    Lejos de allí, un amigo quería que su niño aporreara la batería…pero el teléfono indicaba que había que estar al tanto de la guardia. 
    Me despedí del jubilado y, minutos más tarde, dejé al futuro baterista descubriendo sonidos nuevos y la brillantez de los platos en el movimiento.
    A poco más de un centenar estaba el bar dónde esperaba la gente del frontón. Decidí contener la gula y compartir el café. Todos quedaron más que satisfechos del lugar y las fotos aparecieron a última hora.  Y con la promesa de volver otro día nos despedimos..
    Pero había otros que esperaban, los que no dan la mano en el saludo porque aún no se fían del hombre que les pone agua y comida. Les cambié la morada de residencia y sospecho que no les gusta la casa nueva, porque ni el riego de la manguera consiguió guiarlos. ¿Será por el diseño?
    Estos no saben que así es la vida. Gozan de naturaleza plena y absoluta libertad. Ven la hierba con sus flores… los pájaros… las nubes… los árboles… la lluvia...  pero la ignorancia es osadía  y sólo el tiempo les enseñara el encanto del nuevo hogar. 
Gobierno municipal

Diplomas.


Compañeros

Los otros compañeros

Los "enemigos más valientes"

Qué dura es la vida

Difícil ser más guapo

Al  Adrià ya le picó el duende.





16 agosto 2015

Los Fiordos de Corporario de la Ribera (SALAMANCA)

    

A mi derecha, Portugal. España a la izquierda.


El dique de la presa a vista de pájaro.

Familia

La meditación del monje español.

Playa del Rocoso.

El barco 

En la parte inferior izquierda se aprecia el nido de un águila.

Qué pasaría en la era terciaria para que las rocas quedaran en estratos inclinados.

Portugal al fondo.

En el centro de la imagen pescadores portugueses.

Al fondo se aprecia el dique de la presa.

Si agrandáis la foto veréis algo. ¿Imagen de un belén?
El 15 de Agosto ha resultado bastante completo. Como otras veces, tocó enseñar los espectaculares parajes de mi tierra. Nunca es definitivo mirarse el ombligo porque hay muchos rincones que nos son desconocidos. Pero estos lugares, en los arribes del Duero, consiguen impactar gratamente al visitante.
    En mi caso, es normal que la distancia y los años vayan minando la admiración, pero nunca el olvido. y nuestros paisajes ancestrales permaneces inmutables en su belleza contra viento y marea. ¿A santo de qué viene todo este rollo de tinte poético, te preguntarás? Pues viene a cuento porque un catalán nos alegró con su presencia y había que empaparlo de lo que aquí tenemos.
    A primera hora visitamos el pantano, por abajo y por arriba, fotografiamos el convento de La Verde y algunas casas del poblado. Después nos detuvimos en la entrada del túnel porque una puerta enrejada nos impidió pasar.
     Y, cómo José Luis López Vázquez en “La Cabina”, continuamos por la estrecha carretera que gana altura a base de curvas cerradas y empinadas, mientras esquivábamos los pedruscos desprendidos de la ladera.
    Puedo asegurar que las panorámicas que se contemplan desde los miradores son espeluznantes. Nada recomendable para quien no soporte el vértigo. Desde allí vimos el dique de la presa a vista de pájaro. Sopesamos el valor de los encofradores que construyeron aquellos miradores de hormigón. Resulta evidente que un traspiés era sinónimo de muerte inevitable.
    Nos dirigimos después a la playa de Aldeadávila. Han conseguido crear un paraje acogedor con aires caribeños.
    Por la tarde hicimos el crucero Fluvial desde el embarcadero del Rostro, en Corporario. Y no pude evitar que ese lugar mágico se vistiera de nostalgia. Cuarenta y tantos años atrás bajaba yo con mi padre a recoger leña de aquel bosque incrustando entre peñascos. Entonces, debajo de las fallas, encontrábamos las cenizas que dejaban las hogueras del cabrero. Busque el sendero por donde ascendía mi padre vara en mano, mientras yo seguía el paso de la caballería en las revueltas del olivar. ¿Quién podía imaginar entonces que un día el negro asfaltado de una sinuosa carretera  se abriría paso en el olivar hasta una playa?
    Elvira, del crucero fluvial, nos dio una lección amena durante el trayecto, con comentarios didácticos y curiosos sobre los lugares que el barco dejaba en los laterales del río. En esta ocasión, es muy probable que las fotografías que acompañan el texto sean más explícitas que mis palabras. Hasta otra.
   

18 julio 2015

RUSIA

Cuando visitamos un país extranjero solemos tener una idea preconcebida del lugar  y después comprobamos que nada tiene que ver con lo que pensábamos.
¡Rusia! En mi época escolar era algo así como el tenedor del diablo; la hoz y el martillo, ¡Qué horror! Si lo comparábamos con el imperioso retrato del Caudillo y su bigote afilado. El comunismo de la hoz y martillo, como los que guardábamos en el corral. Y la televisión nos amaestraba con imágenes de rusos vestidos con ropas oscuras e iguales y grandes gorros caminando entre calles nevadas. Vaya santa trola que nos endosaban, pienso yo. Aunque también pudiera ser que para conseguir  tanto lujo el pueblo llano sufriera las calamidades del documental. 
    La noche del viaje, cuando despegamos de Barcelona, vi a través de la ventanilla del avión el corte de uña que formaba la luna cuando eran poco más de las once y media. A medida que pasaba la noche la luna iba ganando tamaño hasta superar medio queso.
   Cuatro horas más tarde era de día cuando aterrizábamos en Moscú. Allí tienen una hora de adelanto, si no me equivoco, con respecto a nosotros. En el exterior del aeropuerto tiraba el aire fresco que era bien recibido por el grupo de españoles antes de subir al autobús. Realizamos una visita, que llaman panorámica, por la ciudad. Es muy plana y grande, suficiente para dar cabida a más de doce millones de habitantes.
    Tiempo atrás visité Rumanía y allí vi que los edificios de los barrios comunistas eran austeros y simples. ¡Vaya contraste! Edificios de hasta veinticinco plantas se levantaban por las avenidas. La guía iba respondiendo a las preguntas de los viajeros. “El sueldo medio nuestro es de ochocientos euros en la ciudad, la gente del campo anda por los trescientos” comentó una de las veces.
    Sin embargo, los coches que nos adelantaban contradecían esas afirmaciones. En los edificios predominaba el estilo neoclásico. Vi esculturas de más de tres metros que custodiaban la puerta unas veces y otras parecían sujetar con las manos todo el edificio. El río Moscova  cruza la ciudad en paralelo a un canal. Suntuosos palacios ocres y azules deleitaban la vista. Y las catedrales con sus cúpulas doradas sobresalían en la planicie de la ciudad. (En las fotografías añadiré algún comentario)
    Nuestro hotel, moderno y limpio, estaba en el centro, pero el centro es muy grande. Distaba a veinte minutos de la Plaza Roja (roja=hermosa). En algunas tiendas aceptaban los pagos en euros, aunque preferían el pago con tarjeta y si era en rublos mejor. Un euro equivale a sesenta rublos.  Y los precios son similares a los que tenemos en España.  Una botella de agua de cuarto de litro valía euro y medio en el restaurante.
    Sobre las diez se hizo de noche, pero a las cuatro entraba la claridad por las rendijas de la cortina. Comprobé que las calles estaban limpias. Los parques no parecían tal cosa, sino campos de golf con árboles gigantes. Dibujos geométricos con flores coloreadas adornaban los márgenes de las fuentes. Mucha seguridad, hombres armario vigilaban discretamente parkins, hoteles y edificios. 
    Paseamos por la Plaza Roja y un gentío de turistas disparaba sus cámaras mientras las parejas se hacían selfis dejando a su espalda la catedral de San Basilio y el Kremlin. El tiempo fue escaso para visitar las galerías comerciales de tres plantas bajo una bóveda acristalada, con tiendas de marca, restaurantes y muchas flores decorando todo el conjunto.
    En uno de los paseos supimos que Putin estaba trabajando en su despacho porque estaba izada la bandera de su palacio. Sería muy largo enumerar los palacios y catedrales que visitamos. Observé que en las catedrales no había bancos para sentarse durante la misa. Ni estatuas, sólo retablos con pinturas que aluden a pasajes del nuevo testamento. Son muy devotos y sus misas llenan dos horas. Cuando se santiguan lo hacen igual que nosotros  pero hacen un último movimiento tocándose el muslo…?
    Paseamos cerca de la Lubianka, la cárcel de la KGB. El que entraba allí acababa en los gulag de Siberia.
    El metro es un verdadero museo, esculturas y pinturas decoran las galerías y desde el techo cuelgan lámparas acristaladas. Se respira civismo y educación en el comportamiento de sus gentes. La lluvia iba y venía a su antojo  y el cielo asomaba luminoso y al momento la negrura daba fondo a las cúpulas doradas de las catedrales.
   Tres días después, en hora bien temprana, un tren rápido nos llevó hasta San Petersburgo. Mis compañeros dormían mientras yo observaba el paso del convoy por aquellas llanuras verdes y frondosas con bosques de eucaliptos entre copiosas lagunas. Los pueblos o ciudades estaban muy alejados unos de otros. 
    San Petersburgo tiene cuatro millones y medio de habitantes. El río Nevá  cruza la ciudad y cuando se hiela en invierno los rusos patinan por la superficie. El hotel era tan bueno como el de Moscú. 
   En cuanto a la comida, mucha ensaladas rojas, que sabías que había que comerlas porque estaban en el plato. El pan escaso, de trigo el blanco y negro el de centeno, que algunos comían embadurnándolo con mantequilla. El aceite brilla por su ausencia. En los restaurantes la pedíamos para darle un poco de brillo a las “ensaladas”, pero algunos no tenían, o no quisieron dárnosla. Conseguirla era un trofeo que iba de mesa en mesa. Y yo me preguntaba: ¿En un clima tan frío no saben hacer cocidos y no esas sopas pardas con algún trozo de patata flotando en el caldo? Y pensé en el próspero negocio que sería para un restaurante ofrecer allí los cocidos castellanos.
   Sospecho que la electricidad es barata. La iluminación de sus puentes y edificios es espectacular.
  Terminaré diciendo que, si algún día os surge la posibilidad de visitar Rusia, no lo dudéis, es una sugerencia que me permito, pues bien sabéis que no soy quien para dar consejos. Hasta otra.


Hotel

Plaza  Roja, suelo adoquinado.

Kilómetro cero, dicen que quien lo pisa acaba por volver, ¡Ojala!

Universidad moscovita

Interior del metro

Un mural del metro, lo que está detrás.

Metro

Lámpara en las galerías del metro.

Aquí trabaja Putin, la bandera indica que está ahí.

¡Vaya jardín!


¿Será por cañones?

Vaya pepinos que cargaba

Tela marinera

Que buen gusto tienen estos rusos

El poli más fotografiado del mundo

Centro comercial al lado de la plaza Roja

Fuente ornamental del C. Comercial

Río Moskova (Moscú)

Observar el cuadro, me gustó. En el abrevadero espera un paisano, otro monta el burro y le acompaña un caminante.



Mercadillo de Moscú.

Aquí rinden culto a las celebridades deportivas. El portero Ruso Yashine, la araña negra.

Río Nevá. San Petersburgo

Estos rusos son grandotes pero tienen poco saque.

Habrá que comerlo porque está en el plato.

Los zares rusos vivían de lujo

Interior de El Ermitage

Esta puerta no me vendría nada mal para mi parcela.

San Petersburgo de noche

Este puente se abre a las once de la noche para que pasen los barcos grandes y no se apaga ni una sola bombilla.

Los utilitarios de los zares

Cualquier comentario se queda en nada ante tanta belleza

Ni una triste hoja dispersa entre la hierba. Son pulcros los rusos.

Regreso a San Petersburgo en barco. Muy veloz.

Un buen método para secarse el pelo. Los que lo tengan.

Adios San Petersburgo.