La frase del dia

19 octubre 2011

La muerte mentirosa

El ARTÍFICE DE ESTA HISTORIA: EL SEÑOR SALVADOR HERNÁNDEZ

PORTBOU -GERONA-


PORTBOU-GERONA-




REPUBLICANOS DE CAMINO A FRANCIA


ACTUAL ESTADO DEL CAMPO DE RIVESALTES (PERPIGÑÁN)


CAMPO DE REAGRUPAMIENTO EN RIVESALTES

CAMPO DE RIVESALTES -PERPIGÑÁN-


CAMPO DE RIVESALTES-PERPIGÑAN-



BAILE POPULAR EN TIEMPO DE GUERRA


PAISAJE DE PUIGCERDA



CERVERA -LLEIDA-


REPUBLICANOS EN UN PASO DE LOS PIRINEOS
http://www.youtube.com/watch?v=tMdgs4fE8fQ
(En este campo estuvo nuestro héroe particular. Campo que después fue aprovechado por los nazis según se visiona en estas imágenes)

Cerrábamos el anterior relato narrando el episodio sobre la desobediencia que el miedo produjo en el centinela y la imposibilidad de Salvador Hernández por conseguir que el soldado acatara la orden. El hecho que subyace en aquel encuentro no es otra cosa que la fortaleza moral de nuestro protagonista Salvador, a quién ni las atrocidades más grandes de la guerra consiguieron tambalear sus principios como ser humano.
Sabemos que, no habría pasado “nada”, e incluso hubiese estado admitido el crimen si se hubiese producido en aras de mantener la disciplina castrense. Sin embargo, la educación y otros valores aprendidos durante su infancia en Zarza de Pumareda se mantuvieron firmes y muy por encima de las atrocidades de la propia guerra.

- Salvador, ¿A qué hora coméis?- le pregunto.
- Más o menos sobre la una.
- Pues, se acerca la hora-
le digo mirando mi reloj
- volveré después de la siesta.
- Yo no echo siesta-
me dice él. Intuyo que está disfrutando con lo que estamos haciendo.
- Salvador yo me acuesto tarde siempre durante estas fechas- le digo- me viene bien una siestecita, así está uno después más fresco y con la cabeza despejada.
Salgo a la calle pensando en cómo ordenar el caudal de anécdotas que Salvador me ha contado. Me doy cuenta que estoy ante una oportunidad única y no quiero que la pereza me haga perder nada, absolutamente nada.
El sol arrea con saña y el pueblo entero parece dormido. Al cabo de un par de horas regreso a casa de Salvador.


LA MISTERIOSA CHICA DEL BESO


-¡Hola!- saludo al entrar. Igual que sucedió en la mañana, nadie responde.
Entro en la sala y la imagen es idéntica: Salvador permanece acomodado en su sillón rojo y tía Feli recostada sobre el brazo del sillón y bajo el efecto adormecedor de las medicinas.

- Salvador, me gustaría que me contases, si recuerdas, algún momento de los que viviste por allí que nada tuviera que ver con la guerra. ¿Tuviste alguna novia?-
le solté a bocajarro, mirando de reojo a tía Feli, quién parecía profundamente dormida.

Salvador se queda unos instantes pensativo. Le observo en silencio sin preocuparme del tiempo que tarda en llegar la posible respuesta.
- Novia, lo que se dice novia no llegué a tener ninguna- aclara, rascándose la barba del mentón en un gesto de masculina coquetería-
pero te voy a contar algo que a mi me resultó sorprendente.
- Cuenta, cuenta-
le incito
- Estábamos en un pueblo, ocupado, claro está, por los republicanos, y se organizó un baile. A mi me encomendaron la misión de vigilar que no hubiese altercados, es decir: borracheras, peleas, y esas cosa que puede traer la juventud, que siempre es juventud aunque esté en plena guerra. Y a veces a dos le gusta la misma muchacha y ya la tenemos liada más pronto o más tarde. Pues bien, durante el baile observé que una chica no me quitaba el ojo de encima. Al día siguiente iba paseando yo por el pueblo y la encontré en una de las calles. Se acercó y sin decir nada me dio un beso y marchó corriendo.
Al cabo de unos días vino una ambulancia al pueblo para llevarse a alguien, me acerqué y vi que era la chica del beso.
Pasó el tiempo y nos fuimos a otro pueblo y volví a verla, ahora era
madrina de guerra, cuya misión consistía en obsequiarnos con comidas y pequeñas meriendas. A partir de ahí nunca más volví a verla y yo seguí en el frente.


PRISIONERO EN EL CAMPO DE CERVERA (LLEIDA)
-Recuerdo que era el día 8 de Febrero cuando nos retirábamos las fuerzas republicanas hacia Puigcerda. Hacía un frío terrible. La carretera estaba completamente nevada. Aquello era una caravana humana de supervivencia. Encontrábamos coches abandonados en las cunetas. Soldados heridos que eran ayudados por otros soldados. Mujeres con niños en la espalda. Hombres con carretillos atestados de maletas. Mozalbetes con bicicletas cargadas con colchones. Todos sabiamos que aquella dureza era una puerta a la esperanza, que tras aquel dolor podrían llegar los días de sol que añorabamos de nuestra tierra. Atrás dejábamos la muerte, el hambre y la miseria más cruenta. En fin, nuestro campo tenía una cosa buena al menos para mí, el mar. Allí en en aquel reagrupamiento de españoles refugiados de guerra estuve tres meses.
Se empezó a comentar que si regresabas a España y no tenías delitos de sangre los nacionales no te hacían nada. Y , claro está, yo no tenía nada. Consideré que debía venir a España y nos trajeron con un tren que entró por Portbou y nos llevaron hasta un convento de Cervera- Lleida. Estaba lleno de republicanos con un aspecto poco agradable...

Salvador hace una pausa mientras da un sorbo al vaso de agua que tiene enfrente. Momento que aprovecho para preguntarle.

- ¿Durante aquellos días tenías noticias del pueblo?

- Ninguna. Antes yo les ecribía cartas, pero después fue imposible comunicarme.

- ¿Entonces tu familia no sabía si estabas vivo o estabas muerto?

- Esa es otra. Llegó un vecino al pueblo que había estado con los nacionales en el frente de guerra y le preguntaron por mi. Al decirle el lugar dónde creían que yo estaba, el dijo: ¡eso ha quedado todo achicharrado!

Se puede decir, Salvador-justificó- que esto no resultaba extraño, casi se podía esperar que un día u otro llegara una noticia así, pero espera, espera que te cuente.

- Estábamos en el campo de Cervera. Allí nos hacían cantar el cara al sol y además instrucción a todo meter. Cierto que eramos jóvenes, pero ya estábamos muy débiles. Para comer únicamente nos daban un vaso de alubias frías y un panecillo. Eso era la comida de todo el día. A veces nos la daban a primera hora. Otros días a última hora. Era una tortura. No podíamos asearnos.

Cada día llamaban a algunos presos por megafonia. Cuánta pena me daba ver cómo se esforzaban por superar los escalones con las escasas fuerzas que tenían. Los interrogaban y azotaban. Algunos regresaban con el perdón y seguían en el campo. Otros jamás volvimos a verlos.

Un día estaba yo tras la valla del campo y vi una silueta que me resultó familiar. "Si parece... pensé"

A los pocos minutos me llamaron. Acudí a la entrada del campo, sucio, desaliñado y avergonzado: ¡¡¡Mi hermano Pepe!!!

Nos abrazamos con el mayor sentimiento que te puedas imaginar. Fue tanta la emoción que, al soltarnos, él cayó hacia un lado y yo hacia el otro. Escribí a mis padres que me creían muerto y ya no tardé mucho en regresar a mi pueblo.

La gente me estaba esperando en la carretera y había una mujer que gritaba: "Yo nunca he visto a un rojo, quiero ver a un rojo". No sé qué esperaba.

Como te puedes imaginar todo era emoción, mucha alegría, y por mi parte muchas ganas de olvidar. Yo no quería contar nada triste que estropeara la alegría. La gente me besaba y abrazaba. Mi familia lloraba y mi padre cuanto me tuvo delante, me abrazó diciendo: ¡¡AY HIJO, YA TE TENEMOS EN CASA!!

En ese momento, Salvador, sacó el pañuelo, no para limpiarse la comisura de los labios.

- Estoy llorando- me dijo.

- Yo también Salvador- respondí cojiéndole con fuerza la mano que tenía apoyada en la mesa- has conseguido emocionarme. Muchas gracias. Será difícil olvidar este momento.